De Zócalo Saltillo
Astillero
Julio Hernández López
En el banquillo
Un acercamiento inicial a la figura del recién electo Papa ofrece
novedades que podrían alentar la esperanza de renovación y corrección en
la Iglesia Católica.
Es el primer americano y el primer jesuita en llegar a la cúspide de El
Vaticano. La condición geográfica rinde tributo a la estadística de los
feligreses, y por ello es que se especuló sobre la posibilidad de que el
sustituto de Benedicto 16 fuera un brasileño o un mexicano, quedando
finalmente un argentino. La orden de la que proviene el nuevo Pontífice
también sugiere un estremecimiento al interior de esa iglesia, pues los
jesuitas históricamente han sido factor crítico y de cambio.
No es menor que el nombre escogido sea el de Francisco, y aun cuando no
se conoce a cuál de ellos ha querido rendirle homenaje y reivindicarlo
(y advirtiendo que hay otros santos que llevan ese nombre), las
especulaciones iniciales apuntan hacia San Francisco de Asís, llamado el
santo de los pobres, o a San Francisco Javier, jesuita pionero junto a
San Ignacio de Loyola, patrono de los jóvenes y las misiones
evangelizadoras. Además, desde Buenos Aires, ha sido un constante
crítico de los excesos de los políticos y ha denunciado las causas de la
inaceptable pobreza que afecta a la mayoría de la sociedad. Suele
viajar en metro, en autobús y en clase turista a la hora de volar, no es
ostentoso y pareciera tener una clara visión de los graves males que
aquejan a la institución que ahora encabeza.
Sin embargo, y a pesar de las prendas antes mencionadas, Jorge Mario
Bergoglio cuenta con características y antecedentes que lo ubican como
un conservador moderado (crítico y opositor de los matrimonios entre
personas del mismo sexo, pero al mismo tiempo tachado de tibio por
segmentos ultraconservadores) y un directivo eclesiástico cercano a las
conveniencias del poder público derechista (como en el caso extremo de
las dictaduras militares que hubo en su país), y persistentemente
contrario a gobiernos progresistas (como los correspondientes a los
Kirchner).
En ese contexto, de manera temprana ha sido salpicado por sucesos
relacionados con la guerra sucia argentina, en especial por la
responsabilidad que pudo tener en el abandono institucional de dos
sacerdotes que practicaban la opción preferencial por los pobres en
barriadas marginales y que luego de ser dejados de la mano de su jefe
provincial fueron secuestrados y torturados. Bergoglio tuvo que declarar
personalmente ante las autoridades judiciales por ese caso.
La corresponsal de La Jornada en Buenos Aires, Stella Calloni, señaló
que la declaración se dio en el contexto de “la causa que procesa a los
responsables de crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de
Mecánica de la Armada (Esma), y por el caso de sacerdotes uno de los
cuáles, sobreviviente, lo señaló por complicidad con la dictadura y por
no haber impedido su secuestro y tortura.
No sólo eso: en mayo de 2011, Calloni también reportó que “la justicia
de Argentina citó a declarar al cardenal Jorge Bergoglio como testigo en
la causa que juzga a los responsables del plan sistemático de
apropiación de menores hijos de desaparecidos durante la pasada
dictadura militar (1976-1983). Quien ahora usará el título de Su
Santidad fue acusado de fingir ignorancia de esos temas (muy al estilo
de Norberto Rivera respecto a curas pederastas bajo su protección):
“Precisamente el pasado 2 de mayo Estela de la Cuadra le preguntó al
tribunal: ¿Cómo es que Bergoglio dice que hace sólo diez años sabe del
robo de bebés? ¿Por qué no lo citan? ¿No amerita que diga qué pasó con
Ana de la Cuadra?” (http://bit.ly/X8i0Vl
). El ahora Papa lleva a cuestas las acusaciones constantes de promover
y encubrir actos de complicidad con la Junta Militar encabezada por
Jorge Rafael Videla (http://bit.ly/12R51is ).
A reserva de que esa ambivalencia escogida por los cardenales electores
para enfrentar la grave crisis de la Iglesia Católica se vaya
disolviendo o se consolide, Francisco I encaja adecuadamente en los
planes de reformismo conservador y de élites de Enrique Peña Nieto que
también pasan por la relación iglesia-Estado, aunque hoy los reflectores
hayan estado centrados en los aspectos laboral, educativo, energético y
fiscal. El exgobernador del Estado de México es un hombre ligado a los
segmentos conservadores de la iglesia católica, tanto que ya está listo
para asistir al ceremonial vaticano de inauguración de nueva
administración, posiblemente con una invitación oficial para que el
nuevo Papa haga una visita a nuestro país.
Una gira papal a México significaría para Peña Nieto un gran aporte a su
consolidación política, especialmente en términos de popularidad
acrítica. Pero El Vaticano no regala nada, y la contraprestación natural
sería la concreción de las cesiones que durante el calderonismo ya se
anunciaron, pero que Peña Nieto podría asentar y agrandar. Vale recordar
que la intención de formalizar y aumentar la presencia de la Iglesia
Católica en instituciones de enseñanza no tendrá el eventual contrapeso
del gordillismo que así fuera por razones escenográficas constituía
cierto dique.
Las batallas políticas que culminaron ayer con la emisión de un humo
blanco también significaron el final de la preeminencia de quien aún es
el arzobispo primado de México, el cardenal Norberto Rivera, tocado
desde hace años en su país, y ahora con resonancia internacional, por
los escándalos de protección a curas pederastas. El verdadero jefe
político de la Iglesia mexicana es el cardenal Francisco Robles,
cuidadoso y silencioso tejedor que relevó al vociferante y
desproporcionado Juan Sandoval. Robles ha tenido una buena relación con
Peña Nieto y es la clave para los acuerdos e intercambio de favores
entre el nuevo gobierno Vaticano y el de México.
Y, mientras continúa la tensión social en algunos puntos de Michoacán,
Oaxaca y Guerrero, y mientras aumentan las amenazas y acciones contra
periodistas, sobre todo en el norte del país, ¡hasta mañana, con Nicolás
Maduro metiendo reversa en la torpe intención adoratoria de embalsamar
el cuerpo de Hugo Chávez!
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