De Hugo Saidh
El
histórico referéndum que Grecia celebrará este domingo, aún
independientemente del resultado, será el blanqueamiento formal de un
hecho ya verificado durante la semana: el país heleno, sumido en un
lustro de retracción económica por las políticas de “austeridad” que a
Atenas le fueron impuestas desde Bruselas, no puede abonar los
compromisos de deuda que la troika -el Banco Central Europeo, el Fondo
Monetario Internacional y la Comisión Europea- le exige.
Este es el punto inicial de cualquier
análisis que se pretenda hacer, más allá del contenido ideológico que
acompañe a esta realidad de acuerdo al enfoque del analista en cuestión:
Grecia retrocede hace cinco años, y la salida claramente no es con más
“austeridad” y recortes. “Los muertos no pagan”, dijo alguna vez Néstor
Kirchner respecto al FMI, antes de que Argentina comience a recuperarse
económicamente. Esa frase adquiere notable vigencia en el debate actual
respecto a la puja entre Tsipras y la troika.
Verificando el punto anterior, nada menos
que dos distinguidos premios Nobel de Economía, como Paul Krugman y
Joseph Stiglitz, han pedido votar por el “No” el domingo. En una columna
de opinión en el New York Times, Krugman justificó su decisión de
apoyar al gobierno de Syriza, al decir que “más austeridad es un
callejón sin salida; tras cinco años de austeridad Grecia está peor que
nunca”. Sin embargo, también economistas provenientes de escuelas
ortodoxas se han manifestado por la reestructuración: De Grauwe -London
School-; Eichengreen -Berkeley-; Rogoff -Harvard-; y Wren-Lewis
-Oxford-, entre otros, le plantearon recientemente a El País de España
que el primer paso para la resolución del problema consiste en una
reestructuración de la deuda griega, que permita en primer lugar el
crecimiento económico del país, y luego el pago de los compromisos
-renegociados- adquiridos.
Si el objetivo económico es disciplinar a
través del euro y los organismos de crédito tradicionales al conjunto
de los países de la Unión Europea, el trasfondo político es una decisión
clara: que Syriza no muestre que hay un hueco posible al actual statu
quo europeo y, en última instancia, se vea forzado a una salida del
poder que imposibilite un cambio en otros países. Para actuar con
racionalidad e inteligencia, los gobiernos conservadores de buena parte
de la UE deben entender en primer lugar que lo sucedido es la expresión
económica de una crisis del bloque, cuyos grandes acuerdos iniciales
-entre ellos un Estado de bienestar para las mayorías- están siendo
cuestionados. ¿Cómo comprender, sino, que tras los “rescates” la deuda
pública griega haya subido un 40%, disparándose del 140% al 180% del
PBI? ¿Cuál será el futuro de Portugal y España, países con deudas del
130% y 100%, respectivamente, respecto a su PBI? El crecimiento de
organizaciones y movimientos políticos que en diversos países ponen en
cuestión el “orden de cosas” actual de la UE es la muestra empírica de
un nuevo momento europeo.
El rol de Tsipras en estas horas es
decisivo: todo liderazgo político que pretenda quedar en la historia de
sus naciones debe pasar momentos de convulsiones y de reconfiguraciones.
¿Por qué? Porque en definitiva los pueblos son los que “ponen a prueba”
a los grandes líderes, a aquellos que en un momento se atreven a decir:
“No, hasta acá. El camino nuestro es distinto.” El líder de Syriza vive
momentos cruciales para su carrera política: se ha decidido a
enfrentar, desde una nación diminuta, a poderes inmensos, superlativos
en escala. Como se ve es una pelea desigual, un ajedrez que supone
múltiples riesgos, pero que en definitiva ha sido el plan de acción que
buena parte de los griegos le encomendaron a su arribo al cargo de
primer ministro: velar por los intereses de las grandes mayorías.
La pequeña Grecia, con sólo 11 millones
de habitantes y 130 mil km², es hoy el centro de la escena política
internacional por una novedad en la UE, que sin embargo ha parido
cambios en todo el mundo desde que la historia es historia: no dar el
brazo a torcer ante la imposición externa. No se trata de idealismos
abstractos sino de buscar una salida concreta a un problema concreto,
con astucia pero también pragmatismo. La UE debe hacerse cargo: la mal
llamada “crisis griega” es, con claridad, una crisis europea. (rebelion)
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