De Zócalo Saltillo
Indicador Político
Carlos Ramírez Si hay algo veleidoso que cambia con cualquier pequeño soplo, son las encuestas electorales. Por eso en las campañas lo importante no es disfrutar los conclusiones sino interpretar las cifras.
La encuesta de seguimiento diario de GEA-ISA, en Milenio, aporta elementos para saber que a ochenta días de las elecciones en realidad aún no hay un ganador.
Dos datos hay que atender:
1.- El número de ciudadanos indecisos puede cambiar el resultado final, sobre todo a partir de la experiencia de que los indecisos no votan por al puntero y su indecisión justamente se basa en la posibilidad de hacerlo por los que van abajo.
2.- Por eso es un gravísimo error repartir a los indecisos en proporción al porcentaje de los que ya decidieron porque la cuenta final suele beneficiar al puntero, pero sin que existan elementos científicos para suponer que los indecisos puedan votar por el puntero.
La encuesta de GEA-ISA mostró ayer lunes lo veleidoso de la tendencia electoral de los indecisos: Hacia comienzos de la Semana Santa, López Obrador había jalado a su favor a aproximadamente 6% de los electores en condición de indecisos, pero al final de la semana santa los había vuelto a perder. La cifra de indecisos bajó de 33% a 26% y el domingo subió a casi 30%. Por tanto, los indecisos serán volátiles hasta que no declaren ya el sentido de su voto en la urna.
En la encuesta levantada el domingo 8, Peña Nieto tenía el 37.4% de los votos, Josefina Vázquez Mota 19.3% y López Obrador 12.7%. Los indecisos eran el 29.9% de los encuestados. En términos de análisis estadísticos, los indecisos podrían cambiar el rumbo de una elección: Si los indecisos se suman todos al PAN o al PRD, su votación sería superior a la del candidato del PRI que ya llegó a su techo y podría ajustarse a la baja pero no a la alza. Este juego de cifras es permisible en las encuestas en función del margen de error establecido que suele servir para beneficiar a los de abajo y no al de arriba.
El error de las encuestadoras es dividir proporcionalmente a los indecisos y distribuirlos entre los candidatos para llegar al concepto de “votación efectiva sin indecisos”. En la realidad, sin embargo, la situación es diferente porque los indecisos resuelven su voto en las horas previas a la elección y casi nunca por el puntero porque su razonamiento es que ese puntero podría ganar sin su voto.
Políticamente, el sentido del voto de los indecisos se razona en función de la utilidad de su voto, y es en los atrasados en donde se expresa el voto útil.
Las elecciones del 2000 con Vicente Fox como candidato del PAN los indecisos decidieron la elección en los últimos días y escondiendo el sentido de su voto por la desconfianza en el PRI. Las elecciones presidenciales del 2012 son las más inciertas que hay pero también serán las más libres para los ciudadanos e inclusive se prevén fugas de votos corporativos porque el voto es libre y secreto.
La tendencia prácticamente inamovible a favor de Peña Nieto en los últimos meses revela el otro indicio político que han perfilado las encuestas con el alto porcentaje de indecisos: La abstención electoral. Inclusive, el bajo estado de ánimo de los candidatos podría estar mostrando el dato de que los aspirantes prefieren una elección con baja votación y confiar en sus votos leales, duros o garantizados, que la incertidumbre de una asistencia masiva a las urnas.
La tendencia de votos para las elecciones presidenciales de este año se localiza por debajo de la línea de flotación de 50%, a la que ha contribuido el bajo perfil de los candidatos presidenciales: López Obrador ha desactivado su combatividad, Peña Nieto se ha dedicado a flotar y Josefina no prende aún a los electores. Ello ha creado el modelo de votación a la segura, con los votos leales; como se presentan las campañas presidenciales, los abstencionistas o indecisos no encuentran razones para ir a las urnas.
El porcentaje promedio de asistencia a las urnas en elecciones presidenciales ha sido de 65% en las cinco votaciones: La de 1982, en medio de la peor crisis económica, la tasa fue de casi 75% y ganó el PRI, aunque en su sector conservador y neoliberal; en la de 1988, con el estímulo de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, la asistencia bajó a 52%; la de 1994, en pleno colapso político, la asistencia fue la más alta de la historia, 77.2%, y también ganó el PRI; la del 2000, donde Fox le quitó la presidencia al PRI, la votación fue de 64% del padrón; y la del 2006 bajó a 58.5%. En estas elecciones el votante mandó mensajes claros.
El alto número de indecisos para la elección de este año estaría indicando la existencia de un electorado sin control partidista pero al mismo tiempo distante de la pasión de las campañas y de los candidatos. Si la votación se mantiene abajo del 50% de la lista de electores, entonces el partido con mejor estructura electoral y mejor capacidad de acarreo del voto va a ganar. Las victorias opositoras presidenciales o de gobernador --Oaxaca, Puebla y Sinaloa como ejemplo reciente-- lograron sumar los votos en contra del PRI para ganar, aunque el PRI en esos estados haya aumentado su votación; en las tres entidades perdidas por el PRI había estructuras electorales eficientes pero fracasaron ante la suma de los partidos de oposición en candidaturas aliancistas.
Las posibilidades del PAN y del PRD de ganar la presidencia radican en tres puntos: Aumentar el número de votantes, conseguir el voto útil para uno en detrimento del tercero y mover a los indecisos con el fantasma del regreso del PRI al poder presidencial. Y el PRI sólo tiene que guardar la fidelidad de sus votantes, preparar una estructura electoral y eludir la alianza opositora.
Por lo pronto, las encuestas dicen que existe un puntero con ventaja, que hay un porcentaje alto de indecisos que podrían apretar la elección y que el resultado puede cambiar si la competencia se reduce a dos contendientes.
La encuesta de seguimiento diario de GEA-ISA, en Milenio, aporta elementos para saber que a ochenta días de las elecciones en realidad aún no hay un ganador.
Dos datos hay que atender:
1.- El número de ciudadanos indecisos puede cambiar el resultado final, sobre todo a partir de la experiencia de que los indecisos no votan por al puntero y su indecisión justamente se basa en la posibilidad de hacerlo por los que van abajo.
2.- Por eso es un gravísimo error repartir a los indecisos en proporción al porcentaje de los que ya decidieron porque la cuenta final suele beneficiar al puntero, pero sin que existan elementos científicos para suponer que los indecisos puedan votar por el puntero.
La encuesta de GEA-ISA mostró ayer lunes lo veleidoso de la tendencia electoral de los indecisos: Hacia comienzos de la Semana Santa, López Obrador había jalado a su favor a aproximadamente 6% de los electores en condición de indecisos, pero al final de la semana santa los había vuelto a perder. La cifra de indecisos bajó de 33% a 26% y el domingo subió a casi 30%. Por tanto, los indecisos serán volátiles hasta que no declaren ya el sentido de su voto en la urna.
En la encuesta levantada el domingo 8, Peña Nieto tenía el 37.4% de los votos, Josefina Vázquez Mota 19.3% y López Obrador 12.7%. Los indecisos eran el 29.9% de los encuestados. En términos de análisis estadísticos, los indecisos podrían cambiar el rumbo de una elección: Si los indecisos se suman todos al PAN o al PRD, su votación sería superior a la del candidato del PRI que ya llegó a su techo y podría ajustarse a la baja pero no a la alza. Este juego de cifras es permisible en las encuestas en función del margen de error establecido que suele servir para beneficiar a los de abajo y no al de arriba.
El error de las encuestadoras es dividir proporcionalmente a los indecisos y distribuirlos entre los candidatos para llegar al concepto de “votación efectiva sin indecisos”. En la realidad, sin embargo, la situación es diferente porque los indecisos resuelven su voto en las horas previas a la elección y casi nunca por el puntero porque su razonamiento es que ese puntero podría ganar sin su voto.
Políticamente, el sentido del voto de los indecisos se razona en función de la utilidad de su voto, y es en los atrasados en donde se expresa el voto útil.
Las elecciones del 2000 con Vicente Fox como candidato del PAN los indecisos decidieron la elección en los últimos días y escondiendo el sentido de su voto por la desconfianza en el PRI. Las elecciones presidenciales del 2012 son las más inciertas que hay pero también serán las más libres para los ciudadanos e inclusive se prevén fugas de votos corporativos porque el voto es libre y secreto.
La tendencia prácticamente inamovible a favor de Peña Nieto en los últimos meses revela el otro indicio político que han perfilado las encuestas con el alto porcentaje de indecisos: La abstención electoral. Inclusive, el bajo estado de ánimo de los candidatos podría estar mostrando el dato de que los aspirantes prefieren una elección con baja votación y confiar en sus votos leales, duros o garantizados, que la incertidumbre de una asistencia masiva a las urnas.
La tendencia de votos para las elecciones presidenciales de este año se localiza por debajo de la línea de flotación de 50%, a la que ha contribuido el bajo perfil de los candidatos presidenciales: López Obrador ha desactivado su combatividad, Peña Nieto se ha dedicado a flotar y Josefina no prende aún a los electores. Ello ha creado el modelo de votación a la segura, con los votos leales; como se presentan las campañas presidenciales, los abstencionistas o indecisos no encuentran razones para ir a las urnas.
El porcentaje promedio de asistencia a las urnas en elecciones presidenciales ha sido de 65% en las cinco votaciones: La de 1982, en medio de la peor crisis económica, la tasa fue de casi 75% y ganó el PRI, aunque en su sector conservador y neoliberal; en la de 1988, con el estímulo de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, la asistencia bajó a 52%; la de 1994, en pleno colapso político, la asistencia fue la más alta de la historia, 77.2%, y también ganó el PRI; la del 2000, donde Fox le quitó la presidencia al PRI, la votación fue de 64% del padrón; y la del 2006 bajó a 58.5%. En estas elecciones el votante mandó mensajes claros.
El alto número de indecisos para la elección de este año estaría indicando la existencia de un electorado sin control partidista pero al mismo tiempo distante de la pasión de las campañas y de los candidatos. Si la votación se mantiene abajo del 50% de la lista de electores, entonces el partido con mejor estructura electoral y mejor capacidad de acarreo del voto va a ganar. Las victorias opositoras presidenciales o de gobernador --Oaxaca, Puebla y Sinaloa como ejemplo reciente-- lograron sumar los votos en contra del PRI para ganar, aunque el PRI en esos estados haya aumentado su votación; en las tres entidades perdidas por el PRI había estructuras electorales eficientes pero fracasaron ante la suma de los partidos de oposición en candidaturas aliancistas.
Las posibilidades del PAN y del PRD de ganar la presidencia radican en tres puntos: Aumentar el número de votantes, conseguir el voto útil para uno en detrimento del tercero y mover a los indecisos con el fantasma del regreso del PRI al poder presidencial. Y el PRI sólo tiene que guardar la fidelidad de sus votantes, preparar una estructura electoral y eludir la alianza opositora.
Por lo pronto, las encuestas dicen que existe un puntero con ventaja, que hay un porcentaje alto de indecisos que podrían apretar la elección y que el resultado puede cambiar si la competencia se reduce a dos contendientes.
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