De La Jornada
Astillero
El caso de Morelos es histórico para un peculiar grupo de la izquierda
mexicana, los Chuchos, llamados así por el papel dominante que en él han
jugado Jesús Ortega y Jesús Zambrano, en ese orden. Practicantes de un
pragmatismo operativo que con frecuencia les lleva a tejer alianzas
polémicas con quienes están en el poder y acusados de sostener políticas
comerciales en asuntos políticos y electorales, que benefician a sus
grupos y familias, los Chuchos han llegado con Graco Ramírez al momento
más alto de su ya prolongada vida política. Llevan largos años
controlando la estructura del PRD, han ocupado en diversos momentos las
coordinaciones de las bancadas en las cámaras legislativas, han
sobrevivido exitosamente a los coyunturales ataques de Andrés Manuel
López Obrador (quien luego acababa entregándoles coordinaciones de
campaña y la mayor cuota de candidaturas viables a San Lázaro y al
Senado, convertido a fin de cuentas en un suministrador frecuente de los
votos que han sustentado a ese grupo) y tienen hoy a uno de los suyos
como gobernador.
La victoria de Graco se produce en una entidad con clara tendencia a la
izquierda, donde el PRI vivió una división interna que a algunos pareció
inducida desde el centro para favorecer a ese chuchismo que en
reciprocidad ayuda a Peña Nieto, y en medio de una sostenida
inconformidad social contra la inseguridad pública y la violencia
extrema de los cárteles que se pelean la plaza, con los Beltrán Leyva
como referente de dominio. El propio Graco creció políticamente a partir
de su enfrentamiento con el general priísta Jorge Carrillo Olea, quien
solamente estuvo de 1994 a 1998 como gobernador. El siguiente mandatario
electo fue el panista Sergio Estrada Cajigal, abundantemente acusado de
estar involucrado en asuntos de narcotráfico, aunque aún así fue otro
miembro del PAN, proveniente de la extrema derecha, activo dirigente de
cofradías religiosas, Marco Antonio Adame, quien ocupó el siguiente
sexenio y con quien, según extendidos señalamientos, Graco Ramírez
sostuvo una conveniente alianza política.
En ese contexto de desastre panista y división priísta, frente a una
sociedad ansiosa de salir del horror de la violencia impune del
narcotráfico, Graco Ramírez y los Chuchos tienen una oportunidad dorada.
Ésta será la primera ocasión en que como tales tendrán la posibilidad
de entregar buenas cuentas en el cumplimiento de un poder ejecutivo.
Hasta ahora su campo natural de acción ha estado en lo partidista y lo
legislativo, donde han tenido logros facciosos que sin embargo les son
apasionadamente regateados por quienes les acusan de actuar con malas
artes y ser proclives a la traición, el oportunismo y el mercantilismo.
Otros gobernantes provenientes de la izquierda o apoyados por siglas de
esta índole han terminado en fracasos escandalosos, envueltos en
escándalos de corrupción, nepotismo e incapacidad, como fueron los casos
recientes de Leonel Godoy en Michoacán y de Amalia García en Zacatecas.
En Yucatán el priÍsmo mantiene continuidad, con naturales ajustes entre
bandos locales de tres colores, pero con “unidad” en torno al proyecto
nacional del peñismo-salinismo. Ya como ex gobernadora, Ivonne Ortega
Pacheco, sobrina del varias veces gobernador Víctor Cervera Pacheco,
está en disponibilidad de cobrar a título de cuota femenina alguna parte
de la inversión que desde las tesorerías estatales hicieron a favor de
Enrique Peña Nieto, tanto en la etapa previa a su postulación como en la
campaña presidencial en sí. Una secretaría de Estado es lo que busca la
ya ex gobernadora, mientras el entrante, Rolando Zapata Bello, busca
armonizar los factores de poder nacional entre los que ha vuelto a
destacar Emilio Gamboa Patrón, ahora como jefe de la bancada priísta en
el Senado y, en tal función, jefe del Senado al estilo que practicó su
aliado cercanísimo, Manlio Fabio Beltrones, quien ahora despacha desde
San Lázaro.
Continuidad de siglas, grupismo y graves defectos es lo que se vive
también en el Distrito Federal, donde la izquierda electoral mantiene el
poder en las delegaciones, entre peleas y arreglos, divisiones y
reconciliaciones de una clase política perredista que hace caminar el
aparato burocrático capitalino, a pesar de la persistente corrupción
administrativa, del descaro en el reparto de plazas y cargos como botín
de guerra y del uso de los segmentos irregulares de la actividad pública
(ambulantes, taxistas piratas, por ejemplo) para el financiamiento
subterráneo de campañas y operaciones electorales.
Un caso destaca, sin embargo, en el nuevo diseño político de la capital
del país. La delegación Miguel Hidalgo es ocupada por primera vez por un
militante del PRD. Víctor Hugo Romo llega a una demarcación siempre
regida por el panismo, a través de personajes como Arne Aus Den Ruthen,
quien acabó confrontado con su partido original, como Gabriela Cuevas
(ahora senadora), y Demetrio Sodi (de múltiples adscripciones
partidistas). Bajo la sombra de los dineros del grupo de Amalia García,
el nuevo delegado habrá de generar aceptación o repulsa al perredismo en
esa zona de alto contraste socioeconómico (Lomas de Chapultepec y
Polanco, en el segmento privilegiado).
Y mientras Gustavo Madero dice que la mitad del padrón panista puede
quedar fuera, luego de una depuración (lo que comprueba que ese listado
se infló para fines electoreros internos durante el calderonismo),
¡hasta mañana, con Mariano Rajoy dando a conocer más arreglos de Pemex
con empresas gallegas! (fin)
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