jueves, noviembre 29, 2012

Peña 2012-2018: enigma PRI


De Zócalo Saltillo
Indicador Político
Carlos Ramírez


Aunque el PRI parece tenerla fácil porque ganó las elecciones presidenciales del 2012 sin transformarse, en realidad la tiene complicada porque el presidente Enrique Peña Nieto no podrá gobernar sin el PRI como los sistemas óseo, nervioso y sanguíneo del sistema político. Como todo partido político, el PRI ha cumplido la función de correa de transmisión de la gobernabilidad; los problemas surgieron con la interrupción de la funcionalidad del partido y la conformación de feudos, nudos y tribus dentro del partido, interrumpiendo la permeabilidad social.


Si el PRI nació para servir de instrumento de control político del presidente de la república, pero su funcionalidad se complicó cuando el jefe del ejecutivo incumplió su función de jefe máximo del partido durante la transición de los gobernantes políticos a los tecnócratas y justo en la coyuntura de la conquista de espacios políticos por parte de la sociedad.

Los 12 años de ineficacia panista en la reformulación del sistema político priísta para llevarlo a un sistema político democrático y la falta de resultados en lo social llevaron al regreso presidencial del PRI, aunado al manejo habilidoso de la imagen mediática de Enrique Peña Nieto pero ante la ausencia de figuras de la oposición que reflejaran la posibilidad de salida del vado de la crisis. De ahí la percepción política de que el PRI no ganó las elecciones sino que el PAN y el PRD las perdieron.

La viabilidad presidencial de Peña Nieto va a depender de la relación presidencia-PRI. El principal problema se localiza en el hecho de que durante los ciclos neoliberal y panista, de 1982 al 2012, un periodo de treinta años, los priístas fueron rompiendo su dependencia del presidencialismo y con ello debilitaron el mecanismo de control priísta que todo presidente de la república tiene con el cargo. La clase priísta estatal ganó una autonomía relativa y con ello minó el control autoritario presidencialista.

La balcanización priísta se convirtió en un mecanismo de sobrevivencia del PRI pero también en una fase de desarticulación de la funcionalidad del partido como estructura de representación política regional. A ello se agregaron dos de las enfermedades políticas de los políticos en la fase de la pérdida de identidad de grupo y partidista: el transfuguismo que los hace mudar de partido sólo por alcanzar candidaturas a cargos de elección popular y la piratería de un partido a otro para desfondar militancias.

El PRI que gobernará con Peña Nieto se encuentra en crisis. A nivel estatal, más de la mitad de los PRI estatales se encuentran en crisis, algunos de ellos sin dirigencias por las disputas entre grupos y facciones, casi ninguno con fuerza como para posicionarse de áreas de poder: Puebla, Sinaloa, Sonora, Guerrero, Distrito Federal, Morelos, Michoacán, Tabasco, Oaxaca, Chiapas, entre otros, carecen de un PRI fuerte.

Sin una reforma a fondo del partido, la gobernación del país se le va a dificultar a Peña Nieto porque los instrumentos presidenciales ya no dan para garantizar la estabilidad. En el fondo, los que se quedaron en el PRI en estos doce años de oposición no fueron por lealtad sino porque era el único espacio para tener acceso a algunos niveles de poder político legislativo o regional. Pero en estos 12 años de oposición el PRI perdió la oportunidad de reformarse y ahora enfrenta ese desafío desde el ejercicio nuevamente del poder presidencial.

Al final, el PRI tiene el espacio político de reconstruir la hegemonía del centro ideológico frente a las polarizaciones reduccionistas del PAN, del PRD y de López Obrador. Si no, puede terminar el sexenio como el PAN o el PRD.         

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