De Zócalo Saltillo
Indicador Político
Carlos Ramírez
Aunque el PRI parece tenerla fácil porque ganó las elecciones
presidenciales del 2012 sin transformarse, en realidad la tiene
complicada porque el presidente Enrique Peña Nieto no podrá gobernar sin
el PRI como los sistemas óseo, nervioso y sanguíneo del sistema
político. Como todo partido político, el PRI ha cumplido la función de
correa de transmisión de la gobernabilidad; los problemas surgieron con
la interrupción de la funcionalidad del partido y la conformación de
feudos, nudos y tribus dentro del partido, interrumpiendo la
permeabilidad social.
Si el PRI nació para servir de instrumento de control político del
presidente de la república, pero su funcionalidad se complicó cuando el
jefe del ejecutivo incumplió su función de jefe máximo del partido
durante la transición de los gobernantes políticos a los tecnócratas y
justo en la coyuntura de la conquista de espacios políticos por parte de
la sociedad.
Los 12 años de ineficacia panista en la reformulación del sistema
político priísta para llevarlo a un sistema político democrático y la
falta de resultados en lo social llevaron al regreso presidencial del
PRI, aunado al manejo habilidoso de la imagen mediática de Enrique Peña
Nieto pero ante la ausencia de figuras de la oposición que reflejaran la
posibilidad de salida del vado de la crisis. De ahí la percepción
política de que el PRI no ganó las elecciones sino que el PAN y el PRD
las perdieron.
La viabilidad presidencial de Peña Nieto va a depender de la relación
presidencia-PRI. El principal problema se localiza en el hecho de que
durante los ciclos neoliberal y panista, de 1982 al 2012, un periodo de
treinta años, los priístas fueron rompiendo su dependencia del
presidencialismo y con ello debilitaron el mecanismo de control priísta
que todo presidente de la república tiene con el cargo. La clase priísta
estatal ganó una autonomía relativa y con ello minó el control
autoritario presidencialista.
La balcanización priísta se convirtió en un mecanismo de sobrevivencia
del PRI pero también en una fase de desarticulación de la funcionalidad
del partido como estructura de representación política regional. A ello
se agregaron dos de las enfermedades políticas de los políticos en la
fase de la pérdida de identidad de grupo y partidista: el transfuguismo
que los hace mudar de partido sólo por alcanzar candidaturas a cargos
de elección popular y la piratería de un partido a otro para desfondar
militancias.
El PRI que gobernará con Peña Nieto se encuentra en crisis. A nivel
estatal, más de la mitad de los PRI estatales se encuentran en crisis,
algunos de ellos sin dirigencias por las disputas entre grupos y
facciones, casi ninguno con fuerza como para posicionarse de áreas de
poder: Puebla, Sinaloa, Sonora, Guerrero, Distrito Federal, Morelos,
Michoacán, Tabasco, Oaxaca, Chiapas, entre otros, carecen de un PRI
fuerte.
Sin una reforma a fondo del partido, la gobernación del país se le va a
dificultar a Peña Nieto porque los instrumentos presidenciales ya no dan
para garantizar la estabilidad. En el fondo, los que se quedaron en el
PRI en estos doce años de oposición no fueron por lealtad sino porque
era el único espacio para tener acceso a algunos niveles de poder
político legislativo o regional. Pero en estos 12 años de oposición el
PRI perdió la oportunidad de reformarse y ahora enfrenta ese desafío
desde el ejercicio nuevamente del poder presidencial.
Al final, el PRI tiene el espacio político de reconstruir la hegemonía
del centro ideológico frente a las polarizaciones reduccionistas del
PAN, del PRD y de López Obrador. Si no, puede terminar el sexenio como
el PAN o el PRD.
No hay comentarios:
Publicar un comentario