Ricardo Rocha
Seguramente a los más sesudos analistas les llamaron la atención otras
frases muy profundas del primer mensaje a la nación de Enrique Peña
Nieto el 1 de diciembre en el Palacio Nacional. Yo me quedo con aquella
cuando dijo: “En la vida de un país, seis años son un periodo corto,
pero 2 mil 191 días son suficientes para… hacer de México un país
próspero de oportunidades y de bienestar para todos”. Yo no sé si él
personalmente se puso a contar en el calendario o si alguien de su
equipo le dio el dato. Lo que sí es un hecho es que tiene prisa. Y se
nota. Nunca un gobierno ha arrancado tan febrilmente como en estas 96
horas: protesta, mensaje, encuentros bilaterales, comidas, cenas,
desayunos, juramentos, Pacto por México y reuniones de gabinete. Una
actividad frenética que se notó desde el primer instante en que arribó a
San Lázaro.
Mientras Calderón saludó hasta al personal de servicio, Peña apenas y
movió la cabeza. Iba a lo suyo. Así que subió corriendo a la tribuna,
marcó distancia con la mano del intento de abrazo de Calderón —que hasta
de beso se despidió del escudo— y luego protestó, se puso la banda y
salió pitando a Palacio Nacional con sus invitados y con su mensaje.
También tiene prisa en gobernar. Porque más que un discurso proclamó un
programa de gobierno; sus cinco ejes definen una estrategia y sus 13
decisiones, metas muy concretas. Para empezar, la pacificación del país y
una cruzada nacional contra el hambre. Dos acciones que además
significan un rompimiento con el calderonismo, que al final nos hartó
con su campaña de que le heredaba casi el paraíso. Nada de eso. Salvo la
macroeconomía, el país está peor que nunca con 60 millones de pobres,
30 millones de hambrientos, 8 millones de “ninis”, 6 millones de
desempleados y 100 mil muertos. Es el verdadero reto para Peña.
Que, por cierto, también parece tener prisa por la confrontación: “nomás
de uno en uno, que no se me amontonen”, diría. Porque eso y no otra
cosa anticipan sus anunciadas medidas: reforma educativa a fondo, dos
nuevas cadenas nacionales de televisión abierta y el fin de los
regímenes fiscales de excepción para las grandes corporaciones que pagan
menos impuestos que cualquier trabajador asalariado. Como se ve, tendrá
como rivales a puros pesos completos.
Por eso también apresura las alianzas, como la plasmada en la sorpresiva
firma del Pacto por México, que implica 95 iniciativas para reactivar
al país y que involucra a las dirigencias de los tres principales
partidos que han logrado consensuar posturas comunes, aunque cada quien
con su propia carga de problemas: es el caso prototípico de Jesús
Zambrano, presidente del PRD, que está siendo duramente golpeado por la
oposición interna de la corriente que encabeza René Bejarano; tal vez
por ello fue el más apoyado en la firma del pacto en Chapultepec con un
largo aplauso que incluyó al propio presidente Peña Nieto. En cambio,
Gustavo Madero, del PAN, jura y perjura que en su partido todos apoyan
el pacto; la única duda es si esto incluye a los calderonistas. En
cuanto al PRI, su nueva presidenta, Cristina Díaz, destaca que lo
fundamental es el diálogo mismo para construir una agenda legislativa y
sobre el espinoso tema de la presunta privatización de Pemex es
enfática: “lo que ha establecido el Presidente es mantener la rectoría
del Estado, pero abrir espacios a la inversión para generar riqueza”.
Lo dicho, si Peña Nieto alcanza la mitad de sus metas viviremos un
cambio. Si consigue todos sus propósitos, tendremos un país nuevo. Pero
si se agregaran ya consumados los compromisos del Pacto por México,
habrá una transformación histórica.
Depende de tres factores: de su poder de convocatoria, que exija
resultados a su gabinete de dulce, chile y manteca, y del atrevimiento a
la implementación de un nuevo modelo económico acorde al nuevo país que
en lo político y lo social Peña está planteando. Ya veremos si tiene
los arrestos. Por lo pronto, ya consumió cuatro días y le quedan sólo 2
mil 187. Por eso tiene prisa.
@RicardoRocha_Mx
ddn_rocha@hotmail.com
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