Ricardo Rocha
Enrique Peña Nieto podría hacer historia. Siempre y cuando se atreviera a
entrarle al totémico tabú de cambiar el modelo económico de este país
que ahora gobierna.
A ver: el Presidente ha tenido el primer acierto en reconocer la brutal
realidad del hambre que padecen 20 millones de mexicanos cada día; algo
que intentaron ocultar los gobiernos de Fox y Calderón en la docena
trágica. Pero lo que ahora tiene que procesar es elemental: el hambre es
una manifestación de la pobreza y ésta es producto de un modelo
económico neoliberal que ha convertido a México en la fábrica de pobres
más eficiente del planeta.
Pero conste que no se trata de un asunto de conmiseración o moral
pública –pobres de los pobres, hay que ayudarlos–, sino de una realidad
económica con un costo gigantesco en más de un sentido. Es incalculable
la carga que la pobreza representa para todos nosotros; aunque sí
podemos cuantificar las decenas de miles de millones de pesos en camas
de hospital para enfermedades que ya no debieran existir si la mayoría
tuviera un mínimo de nutrimentos cotidianamente. Añádanse los costos de
inhabitables casas de interés social y de los propios programas
asistencialistas como Solidaridad, Oportunidades y ahora la Cruzada
Nacional contra el Hambre.
Además, no basta con mitigar o erradicar el hambre, porque la pobreza
incluye también otros aspectos fundamentales como salud, educación,
empleo, salario digno y seguridad. Por ello, hace falta un programa
mucho más amplio que un loable pero parcial esfuerzo. Adicionalmente,
hay que reconocer que a nadie conviene que haya cada vez más pobres,
porque luego quién compra. En China, te lo repiten en cada esquina:
“nuestro despegue económico no se debió a la apertura a occidente sino a
nuestra apertura hacia adentro, hacia nosotros mismos”.
No sólo por convicción, sino también por conveniencia debemos abatir la
pobreza desde sus causas estructurales y no sólo atenderla en sus
manifestaciones. Por supuesto que no se trata de denostar, ni siquiera
de menospreciar una iniciativa como la Cruzada Nacional contra el
Hambre. Si la intención es responder a la emergencia, de acuerdo. Pero
lo otro es también impostergable. No podemos seguir pagando el costo
gigantesco de la pobreza.
Por lo pronto, se presenta una coyuntura inmejorable con la presentación
de la reforma fiscal que se procesa en el Pacto por México y que se
hará pública y debatible en el segundo semestre de este mismo año. Una
iniciativa que si se circunscribe al tema estricto de los impuestos será
limitada y mediocre. Si realmente se quiere cambiar el rumbo del país
tendría que representar un nuevo modelo económico en el que se
implementen políticas inteligentes que promuevan ingreso y sustento para
las familias más pobres mediante créditos, incentivos fiscales e
implementación de micro y pequeñas empresas familiares o a través de
cooperativas eficaces que no tengan que depender del presupuesto
público. Se trata de generar actividades productivas en los municipios y
regiones más pobres; ahí donde el hambre muerde todos los días.
Por supuesto que para lograrlo se requiere de una firme voluntad
política, de un enorme valor personal y de un sensible sentido de la
historia.
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