De La Jornada-Editorial
Con las liberaciones del general en retiro Tomás Ángeles Dauahare y del ex subprocurador Noé Ramírez Mandujano, ambos detenidos por presuntos vínculos con el crimen organizado tras haber sido inculpados por testigos protegidos, el pasado gobierno federal queda exhibido como responsable de un desempeño desaseado y vergonzoso en materia de procuración de justicia......
Con las liberaciones
del general en retiro Tomás Ángeles Dauahare y del ex subprocurador Noé
Ramírez Mandujano, ambos detenidos por presuntos vínculos con el crimen
organizado tras haber sido inculpados por testigos protegidos, el pasado
gobierno federal queda exhibido como responsable de un desempeño
desaseado y vergonzoso en materia de procuración de justicia que colocó a
las instituciones en una nueva sima de descrédito frente a la
población.
La incapacidad de las instancias federales de procuración de justicia
para aportar indicios sólidos a las acusaciones contra los funcionarios
citados, así como su propensión a realizar detenciones de alto impacto
sin más fundamento que declaraciones de testigos protegidos, son
indicativas, a su vez, de un fracaso mayúsculo de los pretendidos
esfuerzos del calderonismo por combatir a la criminalidad y restituir el
estado de derecho. En efecto, el pasado sexenio se caracterizó, entre
otras cosas, por la proliferación de delitos y el incremento exasperante
en los niveles de violencia, pero también por una disminución en el
número de culpables legales, como se colige del hecho de que sólo 12 por
ciento de los presuntos delincuentes detenidos en el contexto de la
guerra contra el narcotráficohan recibido sentencia y que casi tres cuartas partes de ellos fueron liberados, ya sea por deficiencias en la integración de las acusaciones, por falta de pruebas, por corrupción judicial o por una combinación de esos factores. Tales cifras son consistentes con un panorama general en que sólo una quinta parte de los ilícitos cometidos derivó en una averiguación previa; de esa proporción, sólo una décima parte se tradujo en la consignación ante un juez y apenas uno por ciento del total de los delitos fue objeto de sentencia judicial.
Además de la persistencia y profundización de esas deficiencias
estructurales en los mecanismos de procuración e impartición de
justicia, las dos administraciones panistas, y particularmente la que
encabezó Felipe Calderón, se caracterizaron por el uso faccioso de la
ley, la conversión de las procuradurías en instrumentos de golpeteo
político, la manipulación de pruebas, documentos y testimonios y la
invención de acusaciones y la fabricación de culpables, que derivaron en
detenciones de diversos funcionarios. Así ocurrió, por ejemplo, en el
caso del llamado michoacanazo, que derivó en la detención de
una treintena de funcionarios estatales y municipales, todos los cuales
fueron liberados, a la postre, por falta de pruebas, Otro tanto sucedió
con la llamada operación limpieza –en el marco de la cual se
detuvo a 25 funcionarios federales, de los cuales sólo 13 fueron
acusados formalmente y ocho de ellos, incluyendo a Ramírez Mandujano, ya
fueron liberados– y también, según puede verse, con el episodio de
detención y arraigo de militares entre los que se encuentra Tomás
Ángeles Dauahare
Cierto, los altos niveles de impunidad, el uso indebido de los
mecanismos de justicia y la falta de rigor y de pulcritud en las
investigaciones no son elementos privativos de las administraciones
panistas, sino males endémicos del sistema de procuración e impartición
de justicia del país, heredados de los gobiernos priístas que se
sucedieron hasta 2000, y llevados a niveles grotescos por las
presidencias del blanquiazul. Ante tal consideración, y frente a
la demostración del desempeño faccioso de las autoridades
ministeriales, sería ingenuo pensar que es posible poner punto final a
los episodios mencionados sólo con la liberación de los inculpados: es
necesario que se investigue y sancione a quienes fabricaron pruebas,
causas judiciales y acusaciones y propiciaron una persecución a todas
luces injusta e ilegal, y se ponga fin a la impunidad en el ejercicio de
tales prácticas perversas. De otra manera, será imposible comenzar a
revertir el gravísimo deterioro que padecen las instituciones de
seguridad y justicia.
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