De La Jornada-Editorial
Con el fin de
abrir un espacio para el diálogo, y con el telón de fondo de las denuncias por el presunto uso electorero de la Cruzada Nacional Contra el Hambre –particularmente en Veracruz–, la Presidencia de la República anunció ayer la suspensión
temporalde las actividades públicas relacionadas con el Pacto por México, lo que en lo inmediato se ha traducido en la suspensión del proceso de discusión legislativa en torno a la reforma financiera, cuya presentación estaba prevista para realizarse ayer por la mañana....
Es sin duda positivo que el gobierno federal convoque al diálogo
entre las distintas fuerzas políticas –una de cuyas funciones
principales es, precisamente, la construcción de consensos mediante la
negociación–, pero el anuncio comentado reviste aspectos cuestionables
en la forma y el fondo, empezando por el desaseo con que fue anunciado:
la madrugada de ayer, el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público, Luis Videgaray, divulgó la suspensión temporal de actividades
del pacto en su cuenta de Twitter, en un gesto doblemente improcedente,
porque el referido funcionario no tiene representación formal de ninguno
de los adherentes del Pacto por México, y porque es expresión de una
actitud furtiva y nocturna que no debiera ser necesaria.
Por otra parte, no puede pasarse por alto que la causa aparente del impasse
en el Pacto por México es el anuncio de procesos legislativos y legales
en contra de la titular de la Secretaría de Desarrollo Social, Rosario
Robles, y el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, señalados por
presuntos usos electorales de programas sociales. Sería particularmente
lamentable e improcedente que el diálogo convocado por la Presidencia se
volviera un espacio para negociar la atenuación o el abandono de
averiguaciones y procesos legislativos indispensables para esclarecer
los hechos denunciados por Acción Nacional hace unos días y, en ese
medida, para combatir uno de los lastres principales en el desarrollo
democrático del país: el uso de recursos públicos para condicionar el
voto de los ciudadanos.
En otro sentido,que la suspensión del Pacto por México derive
en afectaciones al ritmo legislativo da cuenta del desarreglo
institucional que ha inducido un convenio que, a fin de cuentas, carece
de asideros legales y políticos: como se mencionó ayer en este mismo
espacio, el Pacto por México no es un programa de gobierno ni la base
formal de una coalición parlamentaria, sino un listado de acciones y
compromisos generales cuyo antecedente podría encontrarse en los
arreglos –llamados justamente
pactos– que las antiguas presidencias priístas solían imponer a las cúpulas corporativas del régimen.
Con o sin Pacto por México, las bancadas partidistas tienen la
posibilidad y el deber constitucional de llevar a cabo las discusiones,
deliberaciones y acuerdos necesarios para la gestión –discusión,
aprobación o rechazo– de las reformas legales proyectadas. En concreto,
es lamentable la suspensión de los procesos legislativos en un tema como
el de la reforma financiera; paradójicamente, un arreglo ajeno a la
institucionalidad se convierte en obstáculo para el funcionamiento
ordinario del Congreso.
Cabe preguntarse, entonces, si el Pacto por México sigue teniendo
sentido una vez que hizo posible el arranque político de una nueva
administración tras un proceso electoral cuestionado e impugnado que
dejó decepción, sospechas y descontento en amplios sectores del
electorado.
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