por Rubén Luengas
No ha sido sólo un golpe contra la periodista Carmen Aristegui y su
equipo de trabajo, sino contra la sociedad mexicana toda, incluidos
aquellos que por diferencias de pensamiento, de intereses o simplemente
por envidia, la atacan por no haberse sumado al coro sumiso que le
canta alabanzas al gobierno mexicano, cuya figura visible es Enrique
Peña Nieto.
“El periodismo es libre o es una farsa”, dijo el argentino Rodolfo
Walsh, y lo que se defiende en México, en Estados Unidos, en España y en
casi todo el mundo, es la libertad de empresa, no así la libertad de
prensa.
La libertad de prensa está intrínsecamente vinculada al concepto de
democracia, pero la verdad es que en México no existe tal cosa que
podamos llamar cabalmente “democracia”. Ese es el telón de fondo de lo
que ha ocurrido con la salida del aire de Carmen Aristegui. No tanto si
la periodista cayó en la trampa que le habrían puesto el gobierno
mexicano y MVS para que se dieran las condiciones de su salida, no tanto
el deterioro de la relación de una influyente periodista con la
radiodifusora a la que le acarreaba niveles de audiencia que muy
difícilmente volverá a tener la empresa de la familia Vargas. Audiencia
que está harta del indiferenciado y pedestre discurso mediático que
manufactura la opinión pública como en pasados procesos electorales a
favor de quienes ejercen los más importantes cargos de poder en el
país.
El tema de fondo es que tenemos en México una simulación democrática,
un país en cuyas arterias la corrupción se ha coagulado y que sigue
desde hace décadas los dictados de iniciativas económicas, políticas o
educativas generadas desde el exterior para que los mexicanos cumplan el
papel que en el contexto de la globalización neoliberal al país le ha
sido designado. Papel ligado por desgracia a la desmedida ambición de
unos pocos que, irrefrenable y enfermizamente se dedican a adquirir
posesiones y a rendirle culto a su ego.
Lo que escuchábamos en el programa de Carmen Aristegui rompía con ese
discurso que se utiliza políticamente como instrumento unificador de lo
que el francés Guy Debord llamó “La Sociedad del Espectáculo”, en la
que el espectáculo es el modelo de la vida socialmente dominante.
Tomarse en serio el papel de periodista, como hizo Carmen Aristegui,
aunque se estuviera o no de acuerdo siempre con ella, haciéndole
contrapeso al poder que ha retornado en México con toda la fuerza de su
autoritarismo, es algo que hasta sus detractores debieran haber
agradecido y defendido y más ahora cuando rasgos muy evidentes de lo que
se conoce como “Sociedad Orwelliana” hacen acto de aparición en países
que se auto nombran “democráticos”. Rasgos como el sometimiento a
intensos bombardeos mediáticos diseñados para impedir la reflexión de la
gente; como el contrasentido de lo que en la novela de Orwell, 1984,se
describe como el Ministerio de la Abundancia, que tal como sucede con
los otros ministerios tiene una función contraria a la que indica su
nombre pues lo que verdaderamente pretende es mantener a la población en
los umbrales de la miseria, o el Ministerio de la Verdad, que trata de
manipular u ocultar la verdad.
Muchos podrían cuestionar estas comparaciones afirmando que no
corresponden a la realidad de lo que se vive en México. Contestaría que
de hecho no sólo se están viviendo en México, sino en Europa, Estados
Unidos, Canada y un largo etc, mezcladas con una buena dosis de los
rasgos de otra novela visionaria, “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley y la
estrategia de la distracción permanente que desvía la atención del
público de los problemas importantes y de las grandes decisiones que
toman las élites económicas y políticas.
La ausencia de Aristegui deja un enorme vacío que nadie podrá ocupar,
excepto una decidida movilización de los mexicanos conscientes para
favorecer el cambio indispensable que sigue sin ocurrir en México.
Nadie se espanta ante la existencia de “códigos de ética” en las
empresas dedicadas a la información, como sugiere Gabriel Guerra
Castellanos en su artículo publicado hoy en el periódico El Universal.
De eso “pedimos muchos periodistas nuestra limosna”, de que exista esa
ética que comprometa a periodistas y a las empresas que emprenden el
"negocio de las noticias" por igual a ejercer el principio básico del
periodismo que es la búsqueda de la verdad, aunque en esa búsqueda
salgan a la luz algunas "casas blancas".
Desde Los Ángeles, California, mi solidaridad con Carmen Aristegui,
con su equipo de trabajo y con ustedes mexicanos que, allá en México o
aquí en Estados Unidos, merecen más programas como el que acaba de
desaparecer y más periodistas comprometidos como Carmen Aristegui.
"El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla"
(Manuel Vicent)
No hay comentarios:
Publicar un comentario