Por: Guillermo Fabela Quiñones /
10 agosto, 2015
Es incuestionable que después
de tres décadas de neoliberalismo, el sistema político mexicano está
viviendo una dolorosa agonía. El PRI que surgió luego del golpe de
Estado de 1982, se desgastó en la misma medida que se fue demostrando la
ineficacia de los tecnócratas al frente del Estado. La alternancia en
el Ejecutivo, el año 2000, contribuyó al debilitamiento de la clase
política liderada por Carlos Salinas de Gortari. El PAN en el poder
durante dos sexenios, demostró que el conservadurismo decimonónico no
estaba preparado para iniciar un nuevo régimen ajeno a los grupos de
poder priístas. De ahí que Manlio Fabio Beltrones resurja de sus
cenizas.
Es la última carta que le
queda al “nuevo” PRI para evitar una debacle muy cercana. Los grupos de
poder no tienen duda ya de que los mexiquenses carecen de capacidad para
superar la crisis generalizada que se ha venido incubando desde que la
vieja clase política, en la que Beltrones militó en sus mocedades, fue
liquidada sin miramientos, con firmeza a partir de que Salinas llegó a
Los Pinos. Sin embargo, el sonorense demostró siempre una inocultable
lealtad al grupo salinista, motivo por el que ahora regresa al primer
plano de la política nacional, cuando estaba a punto de finalizar su
largo caminar en diferentes planos del sistema político.
Es muy probable que tal
decisión haya sido tomada en contra de los designios de Enrique Peña
Nieto, quien tenía puestos los ojos en Aurelio Nuño. Con todo, se impuso
la influencia de las fuerzas salinistas, las cuales no han dejado de
trabajar con el objetivo de no perder poder, sin importar el precio que
se tenga que pagar. Esto no lo hizo Ernesto Zedillo, quien le dejó el
campo libre a los Salinas, tanto porque su vocación real no es acumular
poder político sino económico, y porque su padrino, José María Córdoba
Montoya, dejó de lado la lucha política una vez que se dio cuenta que
era más redituable aprovechar el desmantelamiento del aparato productivo
del Estado.
Es obvio que Peña Nieto se ha
ido quedando sin el apoyo de sus patrocinadores, al demostrar una
frivolidad desmesurada y una proclividad al enriquecimiento sin límites.
Los resultados de su gestión son por demás desalentadores, no sólo para
el país sino para la élite oligárquica, no obstante las muchas
facilidades que han tenido para incrementar sus fabulosas ganancias. El
problema aquí es que se ha dedicado de manera muy especial a favorecer
al sector financiero, a los bancos, más que a los industriales, quienes
empiezan a mostrar un explicable resentimiento.
El rescate de Beltrones es una
reacción en contra del inquilino de Los Pinos. Es obvio que el
instrumento para dar este paso tan significativo fue Carlos Salinas,
pues de otro modo no habría sido posible. Es un acto desesperado para
evitar la quiebra del PRI, la cual parece inevitable ante los contumaces
fracasos del “gobierno” de Peña Nieto. Sin embargo, el fondo del
problema no está en esta circunstancia, sino en que el sistema
neoliberal ya no da más, está exhausto por tanto abuso, tanta
irresponsabilidad, tanta corrupción. Son muchos años de lo mismo, con
una sociedad cada vez más devastada, más empobrecida, más víctima de la
violencia.
Beltrones no llegará sólo a
encabezar al PRI, sino a tratar de sacar del hoyo al régimen, tarea
titánica que augura infinidad de presiones de todo tipo a las clases
mayoritarias, así como uno que otro apretón a los oligarcas rejegos que
se quieran pasar de listos. Porque lo que le sobra a Beltrones es una
experiencia adquirida en la vieja clase política, cuando el Estado
imponía las reglas del juego. Con todo, las condiciones en la actualidad
son muy diferentes a las que se vivían en México en los años previos al
golpe de Estado neoliberal.
El corporativismo dejó de existir, al
igual que los medios que tenía el PRI para asegurar la lealtad de sus
bases. La pobreza hace cuatro décadas no era tan dramática como ahora,
ni había la descomposición del tejido social que es característica del
Estado mexicano en la actualidad. No será fácil impedir un cambio de
régimen, porque la población mayoritaria cada vez está más convencida de
que así como vamos, nuestros hijos y nietos no tendrán futuro.
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