De El Financiero
La primera dama
Martí
BatresDespertadormartibatres
El
poder patriarcal creó una figura simbólica para compensar al género
excluido. Siendo la Presidencia de la República la máxima expresión del
poder institucional del hombre, la mujer fue encasillada en el rol de
Primera Dama. No podía ser Presidenta, no podía ejercer el poder. Pero
estaría cerca. No mandando, sí auxiliando.
Así se aportó el ingrediente
femenino para suavizar la ferocidad del poder masculino. Mientras el
Presidente mandaba asesinar a ciertos opositores, la primera dama se
retrataba con la niñez, con los vulnerables, con los olvidados.
Organizaba la caridad, el voluntariado de filántropos, para ayudar a la
acción social.
Nadie la había elegido. No importaba. No ejercía el poder. Sólo lo embellecía, lo suavizaba, lo disfrazaba.
La figura fue funcional al
sistema hasta fines de los 70, cuando la primera dama participó de los
excesos y frivolidades del Presidente.
En los días del neoliberalismo,
las políticas sociales se secaron tanto que la primera dama perdió
“materia de trabajo” y su acción llegaba a carecer de la gracia de
antaño.
Al llegar la alternancia con el
nuevo siglo, una mezcla insólita de valores monárquicos con aspiraciones
transexenales, dio lugar a otra figura: la pareja presidencial.
La primera dama no había sido
elegida en urnas. No ocupaba cargo público alguno. Pero tomaba
decisiones. Operaba la comunicación social, los protocolos y las
relaciones públicas del gobierno; contrataba y despedía personal. Y
sobre todo...usaba sin moderación el presupuesto para potenciar su
imagen personal en su pretensión sucesoria.
Años después, la primera dama
tendría una nueva función. Ayudaría a lograr una victoria electoral. El
candidato sería completado con una figura glamorosa para dibujar en el
imaginario popular una novela rosa, una historia de amor. Ya no sería
tan importante que la primera dama apoyara al Presidente repartiendo
gestos piadosos. Era más urgente que asistiera al candidato conquistando
corazones.
Frente a la historia de
acompañamiento social tradicional y de frivolidad contemporánea; después
del primero de julio del 2018, la esposa del nuevo Presidente hizo una
declaración importante: ella no sería primera dama. Rompería con ese
paradigma conservador y desgastado.
Esto implicaba un doble
contenido: simbólico y material. No había primera dama porque no había
segundas damas. Todas las mujeres son iguales, en derechos y en el
respeto que merecen de la sociedad.
Además, la esposa del Presidente
no ocuparía el cargo honorífico de Presidenta del Sistema Nacional para
el Desarrollo Integral de la Familia. No sería rostro social del
gobierno. Eso correspondería a los entes públicos encargados de las
políticas sociales.
Cuando votamos los cargos Ejecutivos no elegimos parejas. La función pública corresponde a la persona elegida. No a su cónyuge.
Pero además, atribuir a la esposa
la tarea de atender a niños desamparados o enfermos, ancianos o
personas con discapacidad reproduce la concepción de que a la mujer le
tocan los cuidados, es encasillarla en la extensión del hogar.
Encadenados a los roles del
pasado, los militantes de Felipe Calderón exigen a la esposa del
Presidente que reciba a los padres de niños con cáncer. ¿Por? ¿Por qué a
ella? No es funcionaria pública. No es secretaria de Salud. No es
secretaria de Educación. No es secretaria de Bienestar. No es siquiera
presidenta honoraria del DIF.
Beatriz Gutiérrez Müller es
periodista y académica, maestra en Literatura Iberoamericana, doctora en
Teoría Literaria, autora de cuentos, crónicas y novelas.
No es la extensión de su marido.
No es la extensión del Presidente. No es extensión del servicio público.
No es el rostro social del poder. Tiene su propia personalidad.
Esto no logran comprenderlo las
mentes conservadoras. Pero pronto habrá presidentas de la República
progresistas, sin presidente honorario del DIF ni primer caballero.
Entonces lo entenderán.
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