lunes, octubre 25, 2021

Días de Muertos: triunfo del recuerdo sobre el olvido.


Jorge Salazar García.

La idea de la Muerte es para los seres humanos uno de los pensamientos más traumáticos. Pensar en ella atrae la sensación angustiosa del fin, el vació y hasta un sinsentido de la existencia. Este suceso, paradójicamente necesario para la Vida, evoca respeto en todas las culturas del planeta. El Hombre, al buscar respuestas satisfactorias a sus preguntas existenciales del porqué morimos y qué hay después de la muerte construye explicaciones, mitos y crea Dioses que remedien su orfandad infinita. Por tal razón, de Oriente a Occidente y de Norte a Sur las comunidades han concebido Divinidades dando rumbo y sentido a su paso por la Tierra.


En la región del Anáhuac este fenómeno teísta se manifestó en forma parecida. El fraile franciscano  Bernardino de Sahagún (1499-1590) en su obra “El México Antiguo” cita que los mexicanos tenían dioses para todo, con los cuales podían “dar solemnidad y gravedad a los momentos cruciales de la vida”(1) tales como nacer, entrar en la escuela, llegar a la madurez, casarse, concebir, recibir una dignidad, sembrar, cosechar, hacer la guerra y por supuesto, el MORIR. De acuerdo a lo anterior, para los mexicanos la muerte no representaba la oscuridad ni castigo, la consideraban un suceso natural. Tampoco le temían a los muertos, estos eran sus aliados ante los Dioses. Esta cosmovisión producto de “Su reflexión profunda acerca de la existencia, (les ) llevó a descubrir que todo está sometido al CAMBIO”( PORTILLA, Miguel León: “Los antiguos mexicanos a través de sus cantos y cantares”. 1961). 

LAS CALAVERAS

Si bien es cierto que fue el grabador e impresor Guadalupe Posadas que popularizó la representación chuscas y crítica de personas (La Catrina) como esqueletos vivientes, tal hecho está registrado en los códices y en múltiples vestigios arqueológicos encontrados. Contrario a lo afirmado por los españoles, la costumbre de exhibir cráneos (Tzompantli) o restos óseos (omítl) NO tenía el propósito sanguinario, morboso o de crueldad atribuido. El fallecido, objeto de veneración, debía ser mostrado a los dioses PURIFICADO, lo cual se lograba eliminando del cuerpo (a mano o con fuego) la sangre, carne y vísceras ya que con sus impurezas alimentaba la tierra, pagando su deuda contraída al haber consumido sus productos. Como CALAVERAS, las personas regresaban a formar parte de la estructura permanente del mundo, como las piedras que ocultas sostienen lo blando.

Días de Muertos

Así surgen los rituales alrededor de la muerte. Cuando alguien moría de enfermedad, de acuerdo su nivel social, se le acompañaba durante días para que pudiera superar los NUEVE niveles que conducían al lugar de los muertos (Mictlán) donde era recibido por el Dios del inframundo (Mictlantecuhlti) y su mujer (Mictecacíhuatl). Si el familiar perecía por ahogamiento, fulminado por un rayo o motivo de guerra, entonces el paraíso (Tlalocan) era su destino. Parte de esos rituales de duelo consistía en ofrendar alimentos y flores (Xempazúchitl) (2) en un altar, construido dentro o fuera de la casa. Las ofrendas se acompañaban de objetos personales sin faltar alguna representación divina. Los actividades durante los “Días de Muertos” están ligadas al respeto, la solidaridad y el amor filial. Es un rito pluricultural y pluriétnico que conserva su finalidad amorosa de conectar el espíritu de los difuntos con el de los vivos. Dependiendo de la edad y causa de  fallecimiento los días del reencuentro son 1 y 2 de noviembre (niños y adultos respectivamente). El 28 de octubre se destina a quienes murieron a causa de un accidente o de manera trágica. El día 30 son esperadas las almas de los “limbitos”, niños que murieron sin haber sido bautizados.

Nuestra tradición reactiva el comercio regional golpeado por las trasnacionales. Además lleva la algarabía a los mercados populares donde se mezclan olores y colores de frutas, tamales y dulces de temporada; la gente recorre puestos que ofrecen esas y otras delicias. Las risas de los niños se confunden con las voces de los marchantes que regatean el precio “justo” por la mercancía. En los altares adornados con la flor de muerto (Cempaxóchitl) se ofrenda el tradicional chocolate y el glorioso pan de muerto; no puede faltar el sabrosísimo mole; menos los deliciosos dulces de  jamoncillo, ate, membrillo, pepitoria, natillas, tejocote, calabaza y camote; ni las bebidas de champurrado, atole, pulque y vino. 

Esta bellísima tradición fue proclamada por la UNESCO en 2003 “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad” y Patrimonio Cultural Inmaterial en 2008. A partir de entonces el menosprecio por la celebración indígena de los “Días de Muertos”, inducido por la cultura del norte por medio del Halloween disminuyó. 

EL HALLOWEEN

Con la evangelización, el ritual azteca se fusionó a la celebración de los “Días de todo los santos” (1º y 2 de noviembre) impuesta por la iglesia. Gracias al profundo arraigo conservó su esencia superando el propósito clerical de desaparecerla. Por cierto aquel  All Hallows' Eve había sido instituido por los Papas Gregorio IV y V en los siglos IX y X, respectivamente, para combatir el “paganismo” celta de rendir culto a la naturaleza. 

Los neoliberales del PRIAN promocionaron tan intensa y masivamente el Halloween que la hicieron parecer de mayor “alcurnia” entre muchos mexicanos, al grado de preferir celebrar “la noche de brujas”(octubre 31) que organizar bailes de calaveras y elaborar altares. Por supuesto, les ocultaron que especialistas de la conducta demostraron que dicha costumbre fomenta el chantaje, la burla, el temor, la venganza, el engaño y la simulación, pues tiene raíces necrófilas desde donde el mal, la superstición, la magia negra y la oscuridad le preceden. De manera aparentemente inocente una machacante publicidad en los medios electrónicos moldea en los niños una personalidad consumista, egoísta, malinchista y egocéntrica. ¿Quién ignora que el Halloween fue aprovechado por el mercado para promover el consumo de comida y productos CHATARRA?

Días de muertos y Halloween tienen concepciones opuestas de la muerte. Los anglosajones la niegan, rechazan, odian creyendo que es un castigo a nuestras culpas; los indígenas, en


cambio, la asumen como un proceso natural e inevitable. Hay que insistir, los mexicanos no sentían repugnancia por la muerte. Por esa razón celebrar  los “Días de Muertos”, además de trascender los aspectos materiales cumple la importante función psico-social de reafirmar el sentido de pertenencia a una comunidad. Otra consecuencia afortunada es que propicia emociones positivas que contribuyen al fortalecimiento de la SALUD eliminando, aunque sea temporalmente, los desequilibrios que enferman provenientes de una visión egocéntrica de la vida.

La llegada de un régimen menos pro neoliberal debe ser aprovechada para deschatarrizar  a México de la cultura basura y eliminar el espíritu de competencias infiltrado en el artículo 3ª constitucional. Mientras prevalezca lo mercantil sobre el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de la familia…” (F-II, c) se continuará formando seres compulsivos para el consumo e insensibles al dolor ajeno. Al celebrar la tradición de “Días de Muertos” reafirmamos el amor filial, la solidaridad, la gratitud y el respeto por la Naturaleza. Estos aspectos biófilos son los que hacen de ella una costumbre digna de ser conservada y transmitida a las nuevas generaciones. 

Descanse en Paz Alfredo López Austin, gran estudioso de la cultura precolombina, experto en cosmovisión de los pueblos indígenas de México que el pasado 15 de octubre inició su reintegración a la naturaleza para generar más VIDA.

1) De Sahagún Bernardino: “El México Antiguo”. Editorial Pedro Robredo; México, 1938. p. 40

2) Ibidem. p. 288


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