Adrián Sotelo Valencia
Con un marcado complejo de inferioridad al sentirse el mandamás del mundo,
una suerte de emperador omnipotente global, en el marco de su
precampaña presidencial para su reelección del año entrante 2020, el 30
de mayo el magnate de la Casa Blanca amenazó a México con la imposición
de aranceles (es decir impuestos) a sus exportaciones que irían desde un
5% hasta el 25% en el lapso de este año cada mes hasta octubre, si el
país no adopta las medidas y las políticas “recomendadas” por Estados
Unidos en materia migratoria y de seguridad fronteriza.
Entre otras, figura la presión para que México firme un acuerdo donde
acepte su status de Tercer País Seguro (solicitado por el gobierno de
Trump con el envío de una cantidad de miembros de la recién creada
Guardia Nacional) lo que lo obligaría a asilar primero a los migrantes
que transitan por territorio mexicano antes de que lo soliciten a
Estados Unidos.
Ello implicaría por lo menos en una primera oleada
que el gobierno mexicano acepte, ipso facto, albergar en nuestro
territorio a alrededor de 400.000 retornados-expulsados-indocumentados
de aquel país. También se rumora, según la agencia británica de noticias
Reuters, que se estaría presionando para que el gobierno mexicano envíe
unos 6.000 elementos de la Guardia Nacional a la frontera sur de México
con el objeto de detener a los migrantes de cualquier nacionalidad que
intenten cruzar la frontera desde Guatemala.
Hasta ahora el tema ha sido tratado en general como una simple
disputa comercial, pasajera, y como un asunto “aislado” propio de la
tradicional relación México-Estados Unidos. A lo sumo, se menciona la
“estrecha relación” existente entre ambas naciones; la “buena vecindad” y
las relaciones de “cooperación”. Destaca el reduccionismo de la prensa
internacional y de las propias autoridades mexicanas al vislumbrar sólo
el aspecto económico y la pérdida de empleos que la imposición
imperialista generaría en caso de prosperar las medidas impositivas.
En segundo o tercer plano quedan los trabajadores y los pueblos de
ambas naciones así como los efectos desastrosos que implicarían para los
miles de inmigrantes que no tendrían otra alternativa más que la de
retornar a sus países de origen —que son los verdaderos expulsores de
esa fuerza de trabajo hacia Estados Unidos vía México— o bien,
permanecer en este último que acusa altísimos niveles de pobreza,
pobreza extrema, desempleo e informalidad (cerca del 60% de la PEA).
Al empresariado (o más bien a la lumpenburguesía mexicana) sólo le
interesa mantener y garantizar sus exportaciones, sus ganancias y los
mercados del país del norte, y de esto habla su celo con que defiende el
renovado Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) que
todavía tiene que ser ratificado por los tres gobiernos, a pesar de que,
desde su entrada en vigor en 1994 —que entre otras cosas estímulo la
insurrección zapatista— ha quedado demostrado que ha sido completamente
negativo para el país y para la mayoría de los mexicanos.
El trasfondo del problema en curso relativo a los aranceles, o
imposición unilateral de impuestos, es la profunda dependencia
histórico-estructural de México —como país subdesarrollado— de Estados
Unidos, país capitalista imperialista central, y de la que
nada, o casi nada, se habla en la prensa especializada, entre la
intelectualidad de izquierda y derecha y, aún, en los altos círculos
gubernamentales.
¿Qué significa lo anterior? Que el ciclo histórico de producción y
reproducción del capital (en México) depende del ciclo económico y,
hasta cierto punto político, del capitalismo norteamericano en crisis y
decadencia secular. Es así como casi el 80% de las exportaciones
mexicanas se dirigen hacia ese país, mientras un porcentaje similar
corresponde a sus importaciones. De esta forma en 2018, el valor total
de las exportaciones de México sumó 450.320 millones de dólares,
mientras que en 2017 esa cifra fue de 409.849 millones de dólares
(cifras desestacionalizadas del Instituto Nacional de Estadística y
Geografía, INEGI).
En 2018, México exportó a Estados Unidos un valor total de 346.500
millones de dólares, mientras que las exportaciones norteamericanas a
México alcanzaron 265.000 millones de dólares. De lo anterior resulta la
alta dependencia de México, ya que del total exportado, el 77%
correspondió a Estados Unidos. Los principales productos-mercancías
vendidos a este país fueron: vehículos con motor de émbolo, de
cilindrada mayor a 1.500 centímetros cúbicos pero menor a 3.000
centímetros cúbicos; unidades de proceso (unidad de memoria, unidad de
entrada y unidad de salida); vehículos con peso mayor a 2.721
kilogramos, pero menor de 4.536 kilogramos; televisores, incluyendo
receptor de radiodifusión, de grabación, de reproducción de sonido o de
imagen; videomonitores y videoproyectores de pantalla plana; aparatos de
recepción, conversión y transmisión o regeneración de voz, imagen u
otros datos, incluyendo los de conmutación y enrutamiento. Información
más reciente revela que entre enero-abril de 2019 las ventas a Estados
Unidos sumaron 117.011 millones de dólares, un incremento, respecto al
mismo período del año anterior, de 6.4% (Reforma, 06 de junio de 2019).
Según información oficial, las ramas de la economía mexicana que
registran los mayores volúmenes de exportación a Estados Unidos, a
partir de la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) en 1994, son: los vehículos motorizados (19%), partes
de vehículos motorizados (14%), los equipos de computación (8%), el
petróleo y gas (4%) y los equipos eléctricos (3%).
Es importante subrayar que estás ramas están fuertemente penetradas y
monopolizadas por las grandes empresas trasnacionales, principalmente
norteamericanas, que operan en la llamada industria maquiladora de
exportación (IME) que acusa bajísimos niveles de vinculación con el
conjunto de las ramas y cadenas productivas del país no superando el 5%,
cuestión que demuestra que el proceso se realiza en función y beneficio
de la acumulación y reproducción del capital de Estados Unidos. Sin que
este “modelo” sea cuestionado, ni por el gobierno mexicano ni por el de
Estados Unidos, estos han iniciado conversaciones encaminadas a
alcanzar algún acuerdo que pueda “resolver” el complejo y candente
asunto migratorio exacerbado en los últimos meses.
Muy poco excedente queda, pues, para dirigirlo a otros mercados cuya
diversificación es prácticamente inexistente en México, a diferencia de
lo que sucede en otros países y mercados que son más diversificados,
como el de Brasil o Chile que, ante contingencias desfavorables, poseen
mayor capacidad para contrarrestarlas en mucho mayor magnitud que
México, que como dijimos su “destino” está hasta ahora completamente
subordinado al del imperialismo norteamericano en su modalidad Estados
Unidos puesto que se trata de un sistema mundial, al decir de los
clásicos del marxismo como Lenin o Bujarin, donde comparecen otros
imperialismos de estatura menor como el alemán, el británico, el francés
o el japonés.
Por tanto, priva en la economía capitalista mexicana dependiente, un
patrón de producción y reproducción especializado en las exportaciones
de manufacturas mediante la actividad maquiladora, fuertemente
controlado por el gran capital internacional y sus empresas
transnacionales, particularmente norteamericanas.
Lo anterior hace extremadamente vulnerable al gobierno mexicano cuyo
presidente ha optado en primera instancia por el “diálogo” y la
“negociación” en un entorno donde tanto las fuerzas de la derecha
mexicana, como las calificadoras internacionales lo presionan para que
desista del impulso de algunas medidas de corte desarrollistas y reasuma
el sendero neoliberal a ultranza adoptado por las anteriores
administraciones. Al respecto basta con señalar que las calificadoras
Moody’s y Fitch —verdaderos instrumentos de presión del capital
financiero— han degradado la posición crediticia de Mexico a causa del
aumento de la deuda de PEMEX y de la presunta “inestabilidad” que
generan las decisiones económicas del presidente López Obrador que
“desalientan la inversión” y ponen en “riesgo” el potencial crediticio
de México. No bastando lo anterior se incrementan las caravanas
provenientes de Centroamérica, principalmente de Honduras, para
internarse en México rumbo al país del norte que las rechaza. Estos
problemas evidentemente los aprovechan tanto el gobierno norteamericano
como los organismos financieros y monetarios internacionales (FMI, BM)
para “recomendar” la adopción e imposición de las mal llamadas “reformas
estructurales” —léase privatización, apertura indiscriminada de la
economía, finanzas públicas sanas, recortes presupuestarios, control de
la inflación, bajos salarios y privatización de las pensiones, etcétera—
para volver a la senda del “crecimiento” y del “progreso” a partir de
la confianza que garantice el flujo de las inversiones privadas
(nacionales e internacionales) “generadoras” de empleo, ingresos y
bienestar social.
Evidentemente que el problema no se va a solucionar ni en el corto ni
en el mediano plazos, como pretende y reclama el presidente Trump en el
marco de sus intereses geoestratégicos imperialistas guiados por el
impulso de la genocida construcción del muro de la ignominia entre las
fronteras de ambos países. Yendo incluso más allá de la miopía del
magnate, alumbrada sólo por su obsesión de imponer a sangre y fuego el
poder imperialista en todo el planeta, el presidente mexicano, López
Obrador, ha reiterado que en el problema migratorio se requiere ir,
según él, a la raíz del problema que radica, justamente, en los temas de
la pobreza, de la falta de empleo y en la ausencia de factores de
retención socio-económica y política de las poblaciones de los países
expulsores constituidos por el llamado triángulo norte de Centroamérica
(Honduras, El Salvador y Guatemala) donde la mayoría de los migrantes
son oriundos del primer país gobernado por una dictadura represiva
consentida y tutelada por Washington al igual que lo hace con los
gobiernos conservadores de derecha afines como el de Colombia, Brasil o
Argentina que sirven a sus intereses estratégicos.
Sin embargo, ambos presidentes pasan por alto que el problema-raíz,
el eje nuclear y la idea fuerza de la reproducción del incremento de las
migraciones e inmigraciones radica en esos países atrasados,
subdesarrollados y dependientes cuyas oligarquías —sobre todo en
Honduras y Guatemala— se mantienen en el poder mediante la represión y
el apoyo incondicional de Estados Unidos que más bien, para este,
significan, no naciones-Estado, sino espacios-territorio para apropiarse
de sus recursos naturales y asentar sus bases militares con proyección
regional y continental.
Tendrían que pasar décadas para que esos países pudieran solventar y
resolver internamente sus problemas estructurales y, así, dar los pasos
necesarios para abordar el complejo y masivo problema de la migración,
lo que implica superar completamente el capitalismo y, más aún el
dependiente, y al mismo tiempo construir nuevos modos de producción, de
vida y de trabajo en el entorno de nuevas formaciones económico-sociales
y culturales no capitalistas.
Obviamente que el gobierno norteamericano de ninguna manera pretende
solucionar el tema migratorio, ni en América latina y en otras partes
del mundo; sino utilizarlo para presionar al gobierno mexicano para que
éste asuma, tarde o temprano, las políticas y estrategias del
imperialismo en temas sensibles como migración, la “crisis” de Venezuela
y la “remoción” de Maduro, la moderación o eliminación de las
“políticas populistas” y su reorientación y sustitución neoliberal, la
Iniciativa Mérida y la prevalencia de la hegemonía de las inversiones
norteamericanas en los sectores estratégicos del país. Todo ello en el
marco de su lucha por mantener su mermada hegemonía en el marco de los
estados y de las relaciones internacionales
Evidentemente que el capitalismo, por su propia naturaleza, tanto en
Estados Unidos como en México, nunca va a resolver —“de raíz”— ninguno
de los problemas de las mayorías y, en particular, de las migraciones
que en el enfoque empresarial-capitalista sólo constituyen flujos de
fuerza de trabajo barata y supernumeraria para nutrir y satisfacer la
demanda de los mercados de trabajo de Norteamérica, incluyendo a Canadá.
No en balde se calcula que en la actualidad existen en el mundo
alrededor de 174 millones de trabajadores migrantes en todos los
continentes que representan el 7,4% de un total de 2.351 millones de
trabajadores en todo el planeta.
El tema migratorio, por consiguiente, si se quiere entender en su
integridad tiene que asumirse en una visión total que implica
contemplar, dentro del entorno de la crisis y de la decadencia secular
del capitalismo histórico, las relaciones y contradicciones que lo
configuran como una necesidad del capital para intentar resolver no
solamente su crisis de acumulación, sino fundamentalmente la profunda
caída de las tasas de ganancia y de rentabilidad determinadas
esencialmente por su cada vez mayor imposibilidad de generar los
quantums de valor y de plusvalía que sólo produce la fuerza de trabajo y
que constituyen la base de aquéllas.
Adrián Sotelo Valencia. Investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la FCPyS de la UNAM, México.
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