Ricardo Rocha
La de Josefina Vázquez Mota podría ser la mayor tragedia política de todos los tiempos. Sé que suena tremendista, pero así lo creo. Y es que si el hombre –o la mujer– son uno y su circunstancia, las condiciones y el escenario están dados: una prometedora candidata a la presidencia a la que de pronto todo se le derrumba alrededor. Unos cuantos días, suficientes para precipitarse por una resbalosísima pendiente cada instante que pasa. Un mal sueño que ahora quiere conjurarse con una pesadilla.
A ver: todo iba bien –demasiado bien, dirían algunos– hasta que comenzó una brutal cadena de errores a partir de aquel Estadio Azul semivacío del 11 de marzo. Josefina había marcado su distancia con Los Pinos, pero no cicatrizaban aún las heridas de la interna en el PAN y tenía 10 lugartenientes que no siempre se ponían de acuerdo. Ahora tendrá 37. Además, se ha entregado ya en cuerpo y alma a los designios de la casa presidencial y también ha doblado las manos en su partido.
El de antier fue un acto melodramático. Si al estilo de la película El Artista le quitamos el sonido y lo dejáramos en blanco y negro, no habría ni un segundo ni un plano de desperdicio. Los lenguajes corporal y facial fueron más que suficientes: una mujer abrumada por los acontecimientos, en una tensión permanente, incómoda, en medio de un guión que no escribió; otra vez representando un papel que no le corresponde, ahora de dura y amenazante cuando ya había intentado ser buena y populachera; una protagonista que quería el papel estelar y que podría terminar en comparsa.
Por favor, observen la página seis de este martes en EL UNIVERSAL: es la imagen de un funeral anunciado. Ni una sonrisa. Ni una señal de triunfo o de confianza. Hasta hace poco adversarios, ahora compañeros a la fuerza. Incómodos unos con otros. Apretujados. Obligados. Ninguno que transmita algo siquiera remotamente parecido al optimismo, la convicción, el compromiso. Imposible personalizar. Son un montón. Más generales que tropa. Mas funcionarios de campaña que miembros tiene el partido. 20 calderonistas enviados al rescate de un barco a punto del naufragio. Todos con cargos rimbombantes y sus inocultables ambiciones personales.
En su desesperación Josefina pidió ayuda al único que podría dársela y seguro la va a recibir en recursos de todo tipo. Pero viene en paquete. Y eso incluye a muchos removidos de sus cargos por el propio Calderón, lo que da idea de su eficacia. Para que no haya dudas, se incluyen la hermana, el cuñado y el compadre. Añádase el regalo presidencial de un equipo extranjero “especializado en hacer ganar candidatas”. No se ría, que es en serio. La pregunta es si Josefina tendrá tiempo de hacer campaña, si se la pasará junta tras junta, o si se enterará a toro pasado de que, por ejemplo, le cambiaron el nombre a su autobús para ponerle “La Jefa”. ¿Una reminiscencia de algún narcocorrido o un tributo a la memoria de Martha Sahagún?
En este nuevo rol, es obligado preguntarse si quedaron definitivamente atrás la niña buena de los spots biográficos y la “Josefina diferente”. O si acaso en el relanzamiento de la campaña tendremos a una Josefina igual, o más de lo mismo. Por lo pronto, el que el control se haya mudado a Los Pinos tiene varias y graves implicaciones. Que el presidente Calderón ya no será el garante de una contienda equilibrada. Él estará en campaña por su partido y su candidata, como jefe máximo. Además de que ahora, menos que nunca, podría producirse el tan sugerido deslinde del calderonismo. Así que la violencia, los 50 mil muertos y los nuevos 15 millones de pobres del sexenio también se incluyen en el paquete de auxilio, pero como carga adicional.
Decía el ciudadano Montesquieu: ¿Quieres que algo no funcione pero dar la impresión de que te interesa? ¡Forma un comité! A Josefina le formaron uno gigantesco, pero no estoy seguro de que a alguien le interese su destino.
Sinceramente, querría equivocarme. Pero siento que la tragedia toca a esa puerta.
A ver: todo iba bien –demasiado bien, dirían algunos– hasta que comenzó una brutal cadena de errores a partir de aquel Estadio Azul semivacío del 11 de marzo. Josefina había marcado su distancia con Los Pinos, pero no cicatrizaban aún las heridas de la interna en el PAN y tenía 10 lugartenientes que no siempre se ponían de acuerdo. Ahora tendrá 37. Además, se ha entregado ya en cuerpo y alma a los designios de la casa presidencial y también ha doblado las manos en su partido.
El de antier fue un acto melodramático. Si al estilo de la película El Artista le quitamos el sonido y lo dejáramos en blanco y negro, no habría ni un segundo ni un plano de desperdicio. Los lenguajes corporal y facial fueron más que suficientes: una mujer abrumada por los acontecimientos, en una tensión permanente, incómoda, en medio de un guión que no escribió; otra vez representando un papel que no le corresponde, ahora de dura y amenazante cuando ya había intentado ser buena y populachera; una protagonista que quería el papel estelar y que podría terminar en comparsa.
Por favor, observen la página seis de este martes en EL UNIVERSAL: es la imagen de un funeral anunciado. Ni una sonrisa. Ni una señal de triunfo o de confianza. Hasta hace poco adversarios, ahora compañeros a la fuerza. Incómodos unos con otros. Apretujados. Obligados. Ninguno que transmita algo siquiera remotamente parecido al optimismo, la convicción, el compromiso. Imposible personalizar. Son un montón. Más generales que tropa. Mas funcionarios de campaña que miembros tiene el partido. 20 calderonistas enviados al rescate de un barco a punto del naufragio. Todos con cargos rimbombantes y sus inocultables ambiciones personales.
En su desesperación Josefina pidió ayuda al único que podría dársela y seguro la va a recibir en recursos de todo tipo. Pero viene en paquete. Y eso incluye a muchos removidos de sus cargos por el propio Calderón, lo que da idea de su eficacia. Para que no haya dudas, se incluyen la hermana, el cuñado y el compadre. Añádase el regalo presidencial de un equipo extranjero “especializado en hacer ganar candidatas”. No se ría, que es en serio. La pregunta es si Josefina tendrá tiempo de hacer campaña, si se la pasará junta tras junta, o si se enterará a toro pasado de que, por ejemplo, le cambiaron el nombre a su autobús para ponerle “La Jefa”. ¿Una reminiscencia de algún narcocorrido o un tributo a la memoria de Martha Sahagún?
En este nuevo rol, es obligado preguntarse si quedaron definitivamente atrás la niña buena de los spots biográficos y la “Josefina diferente”. O si acaso en el relanzamiento de la campaña tendremos a una Josefina igual, o más de lo mismo. Por lo pronto, el que el control se haya mudado a Los Pinos tiene varias y graves implicaciones. Que el presidente Calderón ya no será el garante de una contienda equilibrada. Él estará en campaña por su partido y su candidata, como jefe máximo. Además de que ahora, menos que nunca, podría producirse el tan sugerido deslinde del calderonismo. Así que la violencia, los 50 mil muertos y los nuevos 15 millones de pobres del sexenio también se incluyen en el paquete de auxilio, pero como carga adicional.
Decía el ciudadano Montesquieu: ¿Quieres que algo no funcione pero dar la impresión de que te interesa? ¡Forma un comité! A Josefina le formaron uno gigantesco, pero no estoy seguro de que a alguien le interese su destino.
Sinceramente, querría equivocarme. Pero siento que la tragedia toca a esa puerta.
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