De Zócalo Saltillo
Ricardo Rocha
Si el rumbo de los partidos y grupos “progresistas” es el que se trazó
el pasado fin de semana, el panorama es algo más que oscuro: La
izquierda llegará más dividida que nunca a las elecciones intermedias
del 2015 y tal vez pulverizada a la presidencial del 2018. Las señales
enviadas hace unos días así lo anticiparon cuando unos y otros enseñaron
el músculo, y, más aún, no sólo se confrontaron, sino se lanzaron puyas
e insultos sin tapujos.
Nueva Izquierda, la facción más poderosa del Partido de la Revolución
Democrática, celebró su congreso y logró convocar a otras tribus para
—al menos temporalmente— mostrar su fortaleza, sobre todo después de la
salida de Andrés Manuel López Obrador, luego de la derrota del 1 de
julio. Y ahí estuvieron personajes ahora prominentes como Miguel
Barbosa, coordinador perredista en el Senado, y Silvano Aureoles, en San
Lázaro; los infaltables Carlos Navarrete y Manuel Camacho y hasta el
resucitado René Bejarano. Todos beneficiarios de un lopezobradorismo del
que ahora se alejan como si se tratara de la peste. Sus propios
dirigentes, los celebérrimos “Chuchos”, Jesús Zambrano y Jesús Ortega se
envalentonaron al declarar, el primero, que cuando se renueve la Cámara
de Diputados dentro de tres años competirán directamente contra el
nuevo partido de AMLO “como se llame, como él decida ponerle… No hay
riesgo de desbandada ni de naufragio, ni de hundimiento del PRD… Los que
lo deseen se van a quedar con las ganas”. Mientras el segundo descartó
cualquier intervención del PRD para oponerse a la toma de protesta de
Enrique Peña Nieto como presidente de la república el próximo 1 de
diciembre. Ortega fue todavía más allá, al anticipar que si bien la
presencia de los legisladores perredistas en esa ceremonia es una
cuestión que debe dirimir la Comisión Política del partido, “en mi
opinión, debemos acudir a un acto, resultado de una resolución del
Tribunal Electoral”.
Más aún, en días recientes entrevisté a Graco Ramírez, quien ahora
reviste una singular importancia no sólo por el hecho de haber ganado la
gubernatura de Morelos a 60 años de priísmo y 12 de panismo, sino
porque es de los pocos personajes de la izquierda que pueden presumir de
serlo desde siempre, sin antepasado priísta. Fue todavía más enfático:
“López Obrador denota intolerancia al tomar la decisión de convertir en
partido al Movimiento Regeneración Nacional (Morena) para poder
encabezar otro proyecto político; lamento mucho que lo esté pensando de
esa manera, poniendo por delante nuevamente que él sea el candidato para
la próxima elección, así lo indica todo; vamos a tratar de convencer al
propio Andrés Manuel de que tiene todo su derecho de ser candidato
nuevamente, pero si quiere cambiar al país tiene que hacerlo con todos y
no a partir de que sea él quien encabece siempre y a como dé lugar; eso
no ayuda a unir a la izquierda, sino a dividirla”.
La respuesta de AMLO a sus críticos y malquerientes es contundente: “No
queremos en Morena desviaciones, vicios, antidemocracia, amiguismo,
influyentismo, ni ninguna de esas lacras de la política tradicional que
han llevado al fracaso a las organizaciones políticas y sociales”.
En paralelo, López Obrador ha continuado sus recorridos por todo el país
en la construcción de su paradójico proyecto, que algunos ven como el
primer partido auténticamente de masas, basados en los 16 millones de
votos obtenidos en la pasada elección presidencial, que representaron el
nada menospreciable 32% de la votación total. Mientras sus críticos
califican desde ahora a Morena como el partido de un solo hombre. Quien
por cierto ha puntualizado, por si quedaba alguna duda, que se retirará
de la política “sólo que así lo decida el pueblo”.
Que llevará a cabo su congreso nacional el 19 y 20 de noviembre próximos
en la ciudad de México. Y que Morena, por su cuenta, realizará una
serie de actos de protesta en las 32 entidades de la república “contra
la imposición de Enrique Peña Nieto”. ¿Así o más divididos?
@RicardoRocha_Mx
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