De Zócalo Saltillo
Indicador Político
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Si la política ha dejado de ser lineal y ha encontrado comodidad en el
modelo matemático de la teoría de juegos para toma de decisiones en
situaciones complejas, entonces el saldo de la reforma electoral en el
Senado se convirtió en una victoria para el PRI.
En su fase de juego de estrategias, la decisiones políticas no se miden
por el modelo binario ganar-perder, sino por la fabricación de
escenarios que lleven a conclusiones que tampoco se deben tomar de
manera literal porque a veces perdiendo se gana más.
De ahí que la votación final de la reforma electoral en el Senado debe
tener otras lecturas políticas, sobre todo en función de las necesidades
del PRI:
1.- La reforma tenía dos aristas separadas: la modificación del status
del trabajador frente al patrón y la vida interna de los partidos. La
victoria sobre la transparencia sindical se convirtió automáticamente en
una derrota del obrero; los dirigentes sindicales seguirán mangoneando a
los trabajadores, pero la iniciativa consolidó el abaratamiento en
prestaciones de la mano de obra.
2.- Las reformas internas en el PRI habían diluido los compromisos
políticos del partido con sus sectores corporativos: Salinas de Gortari
introdujo el neoliberalismo que golpeó a la clase media, privatizó el
ejido y hoy el PRI termina con el compromiso histórico con los
trabajadores. El punto clave radica en el hecho de que en las últimas
elecciones el PRI ya no dependió del voto corporativo sino social; por
tanto, los sectores le salían políticamente más caros. Con la reforma se
ayudó al PRI a disminuir el lastre de los sindicatos.
3.- La propuesta modernizadora de Enrique Peña Nieto estaba siendo
frenada por los compromisos corporativos. Era obvio que el PRI por sí
mismo nunca iba a lanzar una iniciativa que afectara al sindicalismo
como aliado corporativo; por eso el PRI pareció reacio a la reforma,
dejó que el PAN y el PRD polarizaran posiciones y luego votó a favor.
Así, la reforma que terminaría con el corporativismo sindicalista
priísta y la pérdida de poder de los líderes ayudará a la modernización
de Peña Nieto.
4.- El eje político de la reforma laboral estaba delineado por Francisco
Hernández Juárez, líder de los telefonistas desde 1976, aliado de
Salinas de Gortari en la liquidación del papel tutelar del Estado,
cómplice de la privatización de las empresas públicas, en un texto
publicado en 1993 para exaltar al gobierno salinista: El sindicalismo en
la reforma del Estado: “para remontar la crisis (de 1981-1989), no era
suficiente que cambiara el modelo de desarrollo (del Estado al mercado);
tenía que cambiar, a la vez, la estructura laboral, productiva,
gubernamental, empresarial y sindical que funcionó para sus
circunstancias económicas, sociales, políticas e ideológicas
específicas” (pág. 65.)
5.- En la etapa fuerte de modernización 1989-1990, Salinas de Gortari
sólo pudo golpear a los liderazgos sindicales de empresas del Estado
pero adversos al Estado; en su discurso del 1 de mayo de 1990, Salinas
de Gortari enumeró los ocho puntos de su reforma laboral para buscar una
nueva relación sindical dentro de los sindicatos pero no se atrevió a
modificar las reglas de excepción de los líderes sindicales.
6.- La modernización de Peña Nieto necesitaba de un sistema productivo
despolitizado, con líderes que rindieran cuentas a sus agremiados y no
al gobernante en turno, toda vez que las decisiones del Estado que
afectan las relaciones obrero-patronales han dejado de necesitar la
complicidad de los líderes. El siguiente paso será la
descorporativización de las cuotas de poder de cargos públicos del PRI, y
será relativamente fácil con líderes que deben de atender a sus
sindicatos y no la política. La reforma electoral votada en el Senado
sacó las castañas del fuego con la mano del PAN y del PRD.
La des-sindicalización del Estado, gracias al PAN y al PRD, fue otra
forma de fortalecer la modernización del sistema productivo que inició
el PRI en 1982 y que seguirá el próximo sexenio.
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