De Zócalo Saltillo
Plan B
Lydia Cacho
Felipe Calderón ha sido para México lo que un hombre agresor es para su
propia familia. Como un macho cuya inseguridad lo permea todo, tomó el
mando de la casa en un ambiente de incertidumbre y temor, anteponiendo
la imposición de ideas al diálogo. Una vez en el poder se apertrechó
tras los tanques y las armas mortales, justificó todas las formas de
violencia para demostrar quién manda en este hogar que es México.
Prometió transparencia y fomentó la opacidad, alegó la defensa de la
justicia penal e implantó un régimen de militarización; juró transformar
al sistema educativo y fortaleció pervertidas alianzas con la mafia
sindical educativa. En campaña se enfrentó a Ulises Ruiz y a Mario
Marín; frente a cámaras juró que la justicia les perseguiría por
corruptos y por proteger a mafias de tratantes de niñas. Una vez en el
poder selló con ellos alianzas de impunidad....
Prometió combatir el feminicidio y no hizo sino dar palmadas en la
espalda a los gobernadores que se negaron a detener la creciente oleada
de violencia mortal contra niñas y mujeres. Como en los casos
emblemáticos del Estado de México y Chihuahua.
Convirtió a la Segob en una oficina que escudó sin equilibrios toda
violación a los Derechos Humanos. El panista que otrora marchara en las
calles de México contra la impunidad, fue artífice del debilitamiento
del Estado, entregó todo el poder a Genaro García Luna cuyo espíritu
como protagonista de la violencia de Estado le llevó a convertir la
labor de la Policía Federal en un Reality show. Por un lado propugnó por
la reforma de justicia penal y por otro justificó montajes como el de
Florence Cassez y avaló el fortalecimiento de un sistema de sentencias
mediáticas y no jurídicas.
Prometió transformar las leyes para proteger a migrantes; sin embargo,
su puño de acero militarizado se contrapuso a la suave letra de la ley.
Cada año ingresan a México 400 mil transmigrantes que buscan llegar a EU
y Canadá; 600 son secuestrados cada mes y el 30% son mujeres; más de la
mitad son violadas al cruzar la frontera. La engañosa ley calderonista
les prometió visas de tránsito, pero los requerimientos las
imposibilitaban. Las farsas siguen: mientras el Comité contra la Tortura
de Naciones Unidas manifestó preocupación por la desaparición y
asesinatos de activistas y mujeres en México, y urgió a las autoridades a
no dejar impune el femicidio y la tortura sexual cometida en Atenco en
2006, Calderón dio cifras alegres ante la comunidad internacional.
Llevo la guerra a las calles y dejó impunes a los verdaderos líderes de
las mafias mexicanas, que están sentados en curules, en el Senado, en
gobernaturas y alcaldías. En lugar de la inteligencia empleó la
violencia, se irritó con los jueces que acusó de corruptos mientras él
avalaba detenciones ilegítimas. Levantó la voz contra la impunidad, pero
con su guerra impuso un sistema de ilegalidad. Miró hacia otro lado
cuando algunos soldados comenzaron a ver las cárceles llenas y
decidieron implementar una discreta limpieza social en ciertas regiones.
Ignoró la preocupación del bando ético de la Sedena y la Marina quienes
pedían recapitular la estrategia de una guerra sangrienta cuyo nombre
fue negado mil veces. El Presidente no desarrolló liderazgo alguno con
los gobernadores priístas, sólo les entregó el país a pedazos. Impuso la
guerra y no la paz, castigó a los medios críticos, compró voluntades
que debilitaron el incipiente Estado de derecho.
Calderón es un hombre guerrero que se inspiró en la muerte y la venganza
para defender su vida y su honor; no protegió la vida, porque para ello
precisaría ser dueño de un espíritu pacifista. Se le dijo mil veces que
la paz no se logra sin justicia, que la violencia nunca es sucedáneo de
legalidad y al negarse a escuchar impulsó el debilitamiento de las
instituciones y fortaleció a las mafias que viven de dar muerte, cuyo
sostén financiero quedó intocado. Durante seis años demostró,
involuntariamente, que la violencia nunca es el camino hacia la
seguridad. Su liderazgo con rasgos esquizoides fomentó inestabilidad y
discordia.
Como corolario de su sexenio y sin miramientos entregó el país a los
operadores del narcoestado. Calderón deja tras de sí una estela de
retroceso y dolor para México; es preciso reconocer su herencia porque
ello nos permitirá desentrañar el daño causado y seguir adelante, a
pesar del complejo escenario.
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