De Zócalo Saltillo
Indicador Político
A la memoria de María Estela Pérez Reguera, una mujer cuya calidad humana vamos a extrañar
Dominada por el fundamentalismo, los vicios de la izquierda comunista y
el populismo priísta, la izquierda mexicana comenzó a desandar en este
2012 la larga marcha hacia la unidad emprendida en 1981.
Más que un deslindamiento de ideas y de propuestas, la división del PRD
por la fundación del Partido Movimiento de Renovación Nacional significa
la partición de la coalición centro-izquierda en dos grupos que van a
profundizar la división por la lucha personal por la candidatura
presidencial del 2018 entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo
Ebrard.
La historia reciente de la unificación de la izquierda tuvo dos
parámetros: la fusión de organizaciones y la unión de corrientes. El
principal error estratégico de la izquierda fue entregarle el registro
del Partido Comunista Mexicano a los priístas del cardenismo de 1988.
Ahí la izquierda perdió su identidad ideológica. Y el segundo error
grave fue el organizar el PRD en función de “corrientes de opinión” que
se convirtieron en tribus por su espacio político territorial.
El PCM se fusionó en 1981 con organizaciones que nunca perdieron su
dependencia de la ideología priísta en su versión
revolucionaria-cardenista: El Partido Socialista Revolucionario, el
Movimiento de Acción Política, el Movimiento de Acción y Unidad
Socialista, el Partido del Pueblo Mexicano y el Movimiento de Acción
Popular. La izquierda socialista convivió con la izquierda radical del
sistema priísta, aunque mantuvo perfil de izquierda como Partido
Socialista Unificado de México.
La crisis electoral de 1988 terminó por liquidar la herencia socialista
de la izquierda mexicana. En 1987 el PMS se fusionó con el Partido
Mexicano de los Trabajadores de Heberto Castillo para dar a luz al
Partido Mexicano Socialista.
Sin embargo, la competencia por la candidatura presidencial entre
Cuauhtémoc Cárdenas y Castillo no sólo dividió a la izquierda ante la
expectativa de ganar el poder sino que provocó el parteaguas ideológico:
La izquierda socialista se rindió ante el progresismo
priísta-cardenista. En 1989 el PMS cedió al PRD el registro logrado en
1978 como Partido Comunista pero no para construir una propuesta
progresista de izquierda sino para que el priísmo cardenista-mesianismo
lopezobradorista se apropiara del partido.
En la entrega de solicitud de documentación del PCM para tener registro
legal, el entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, fijo
una tesis política sobre los equilibrios ideológicos: La derechización
de un régimen es responsabilidad de la izquierda; es decir, que la
izquierda debe ser el contrapeso de los grupos conservadores. Pero a lo
largo de treinta y cuatro años la izquierda ha sido incapaz de evitar la
hegemonía del centro-derecha con la oscilación del poder presidencial
entre PRI y PAN.
Sin embargo, antes que definir los espacios ideológicos de la izquierda,
los grupos perredistas dieron un paso hacia la partición de la
coalición y su enfilamiento a rumbo de colisión en el 2018. El PRD y el
Morena se fijaron ya los espacios para delimitar sus militancias con
exclusiones. En cambio, el PRI que perdió la presidencia por divisiones
internas y pasó doce años en la oposición logró establecer criterios de
unidad hacia el mediano plazo. Sin una izquierda definida y unida y sin
una derecha coherente, el PRI se apropió del escenario político para el
mediano plazo, cuando menos dos sexenios.
El peligro que enfrenta la izquierda radica en la posibilidad de que el
PRI le arrebate las banderas de la equidad social, de la lucha contra la
pobreza y de avances en la democratización. Hasta ahora, la izquierda
ha sido un concepto retórico, que lo mismo enarbolaba Cárdenas que López
Obrador y Ebrard, pero también perredistas impresentables como René
Bejarano y candidatos perredistas sin afiliación como Miguel Ángel
Mancera; es decir, el concepto de izquierda derivó en una palabra vacía,
sin sentido. Al final del día, la izquierda dentro del perredismo va a
llevar a una deslavada socialdemocracia sin diferenciarse del PRI o del
PAN y terminará en un mero membrete disponible sólo para alcanzar
algunos niveles del poder político.
La izquierda nació de las luchas sociales de los proletarios pero para
beneficio de las burocracias del poder. La historia de la izquierda en
el siglo XX fue la lucha entre la independencia ideológica
--desenajenación-- que obsesionó a José Revueltas y la tendencia a
definir a la izquierda sólo como una corriente dentro del priísmo de la
Revolución Mexicana. Hoy el perredismo en sus dos versiones carece de
diferenciación con el PRI.
La peor perversión de la izquierda ha sido la tendencia al
fundamentalismo, un vicio que introdujo López Obrador en el PRD. Por eso
la violencia política del perredismo cuando pierde procesos políticos y
electorales, su reduccionismo a comportamientos políticos como
movilizaciones callejeras y el autoritarismo que trata de imponer las
propuestas perredistas sin pasar por los tamices democráticos. La
izquierda que enfrentará el sexenio de Peña Nieto no será la política e
ideológica que requiere el equilibrio del poder sino la de la violencia
en las calles y en las instituciones.
El sector neopopulista y fundamentalista de López Obrador ha
obstaculizado el desarrollo político durante doce años, desde que violó
la ley electoral al imponer su candidatura y la inaceptabilidad de la
derrota en dos elecciones presidenciales. La política de capricho ha
desprestigiado a la izquierda. Y lo peor del asunto es que Ebrard se
perfila como el próximo caudillo del PRD pero también sin ideas, forjado
en el priísmo y obsesionado con el poder.
Sin izquierda, el PRI puede estar tranquilo, aunque el país debe lamentarlo.
carlosramirezh@hotmail.com
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