De Zócalo Saltillo
Ricardo Rocha
Lic. Enrique Peña Nieto, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Estimado señor presidente:
Me permito expresarle que en las semanas y días recientes he estado
reflexionando mucho sobre el desafío gigantesco que enfrentará al asumir
la presidencia de México a partir del próximo 1 de diciembre. Por ello,
mi primer exhorto es que se quiera usted muchísimo a sí mismo. Tanto
que desee pasar a la historia como un gran presidente. Que su amor
propio o incluso su vanidad —no importa— lo lleven a ser recordado como
un presidente extraordinario, de esos que en pocos años cambian el
destino de sus pueblos. Ése, que pareciera un anhelo natural para todo
el que llega, como usted, al vértice de la pirámide, en realidad no
siempre sobrevive. Como ha de saber, el poder desgasta y el poder
absoluto suele envilecer a quienes lo ejercitan o al menos hacer que se
olviden los buenos propósitos con los que llegaron. Las tentaciones del
abuso del poder mismo, el enriquecimiento explicable y la distancia
creciente con los gobernados son siempre antitéticos de un ejercicio
sensible, sensato y entregado a las mejores causas. Por eso es que,
desde Lázaro Cárdenas, los mexicanos no tenemos un presidente a quien la
mayoría de nosotros recordemos con cariño, con gratitud y con
reconocimiento por su obra. Coincidirá en que es una pena, una
vergüenza, más bien, ¿no cree?
Ahora, puede estar seguro de que la gran mayoría de los mexicanos
comprendemos que no la tendrá nada fácil por más que su antecesor,
Calderón, insista con su propaganda asfixiante en que le ha heredado un
mundo de caramelo. Todo lo contrario: 60 millones de pobres, 30 millones
de hambrientos, 8 millones de “ninis”, 6 millones de desempleados y 100
mil muertos, desaparecidos y torturados son un saldo brutal de 30 años
de neoliberalismo a ultranza de los que su partido, el PRI, antecediendo
a la docena trágica del PAN, es también responsable.
Así pues, no podemos exigirle soluciones mágicas e inmediatas, pero sí
que las vaya habiendo en cuanto sea posible. Y deberá haberlas si usted
cumple sus promesas de campaña de una democracia con resultados: Debe
darnos un gabinete de calidad y no como los pésimos grupúsculos
recientes; no instrumente un gobierno de cuates y de cuotas; es obvio
que ha llamado a sus cercanos y de confianza a cargos clave, pero
también debe convocar a quienes, aunque lejanos, sean expertos en su
materia. A propósito, sea un presidente convocante. ¿Sabe usted que
Calderón jamás invitó a un adversario a un café en Los Pinos? No caiga
en ese error. Escuche a los opuestos y hábleles a los diferentes.
Alguna vez me dijo en una entrevista que si éramos congruentes con
nuestro régimen presidencialista requeríamos de un presidencialismo
fuerte. Coincido.
Sobre todo para limpiar la casa que le han dejado: En muchos ámbitos un
verdadero desastre. Pero espero que coincidamos también en que de ahí al
autoritarismo o a la dictadura perfecta hay —como diría José Alfredo—
una enorme distancia. Lo que necesitamos en este país es un liderazgo
fuerte, firme, honesto. Queremos un presidente trabajador, confiable y
entregado a su tarea.
Por eso yo me pregunto, como creo que muchos: ¿de verdad es necesario
que nuestro presidente sea ajonjolí de todos los moles y se la pase de
chile frito en cuanto acto lo invitan? ¿No será mejor verlo trabajando
para todos nosotros en mangas de camisa que andar de pachanguero?
Usted nos ha propuesto lo que todos anhelamos: Un cambio… con rumbo.
Ojalá que así sea, porque nadie tiene idea de hacia dónde va el país,
salvo a un futuro oscuro, porque no se ve ninguna señal luminosa en el
horizonte. De ese tamaño es su desafío.
Para enfrentarlo, no se deje presionar por los que aseguran que se las
debe. No es cierto. Se debe únicamente al voto de los millones que
optaron por usted. Y si ya se ganó el voto, ahora depende de su
desempeño ganarse el respeto y hasta el reconocimiento y la admiración
de la mayoría al concluir el mandato que ahora empieza. Es posible que
muchos piensen que soy un ingenuo al plantearle todo esto. Pero prefiero
serlo por esta vez. Ya habremos de ejercer nuestra consustancial
función crítica. Por ahora, le reitero: decídase a pasar a la historia
como un gran presidente.
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