De la Jornada
Astillero
Julio Hernández López
El gobierno federal ha
manejado con pinzas el tema del coronavirus y su expansión global, que
inevitablemente va alcanzando a nuestro país. El Presidente de la
República ha mantenido un discurso cuidadoso, que no promueva alarma,
voluntarioso en cuanto a la expectativa de que el problema mundial no
haga crisis en casa. Diariamente, por la noche, un subsecretario de
Salud y funcionarios del ramo van dando un reporte centrado en la
realidad asentada en actas formales, con apenas un puñado de casos
comprobados de infección y una narrativa de eventual gradualismo aún no
alcanzado pero sí previsible.
Como si México fuese una especie de isla en mares agitados, las noticias provenientes de diversas partes del orbe parecen lejanas, casi fantasmales. Regiones enteras de algunos países son sometidas a restricciones absolutas, actos masivos son tajantemente pospuestos o cancelados, congresos y políticos promueven la asignación de muy altos presupuestos para el combate a este mal creciente, líneas aéreas suspenden vuelos programados y medidas que en otros momentos serían tachadas de autoritarias son tomadas para confinar poblaciones, regular el abasto de mercancías y evitar contagios que especialistas serios consideran podrían ser desbordantes en cuantías que parecerían propias de películas o series de ciencia ficción.
A México le pilla el coronavirus en medio de un complicado proceso de reordenamiento del sistema de salud pública, tomado durante décadas como botín de los grupos en el poder político. La nueva administración pública federal no ha podido restablecer a plenitud la eficacia de ese sistema largamente dañado y saqueado. En la batalla contra la corrupción se ha caído también en el plano de las complicaciones serias en materia de abasto de medicamentos y equipo hospitalario. A mexicanos afectados de enfermedades complicadas y con riesgo de muerte no se les ha podido satisfacer a plenitud en estos meses de reacomodos de la llamada Cuarta Transformación.
Sería muy difícil considerar que ante la eventualidad de un desencadenamiento masivo del coronavirus en México se tuvieran las condiciones adecuadas para el tratamiento de un problema que requiere muchos recursos económicos, acondicionamientos hospitalarios, sobre todo en áreas de terapia intensiva, y una capacidad operativa que no se ha podido restablecer durante la mencionada batalla contra la corrupción.
El coronavirus, por lo demás, no es sólo un problema médico y social.
Se está convirtiendo a toda velocidad en un grave problema económico
mundial. La ruptura de las cadenas de producción y distribución a causa
de la suspensión de labores en centros de trabajo con personas afectadas
por el mencionado coronavirus está golpeando con severidad las
expectativas económicas a corto y mediano plazos.
El proyecto general del presidente López Obrador está inevitablemente
bajo esa amenaza. La reducción del precio mundial de venta del
petróleo, la caída de bolsas de valores (a pesar de los repuntes
circunstanciales) y mercados en general, y la elevación del valor
cambiario del dólar frente al peso, son elementos que obligan a
revisiones y replanteamientos que la Secretaría de Hacienda y el
Congreso federal ya han incorporado a su agenda inmediata.
Al panorama general del coronavirus y la contracción económica ha de
agregarse que los principales capitalistas del país mantienen una
postura de aparente apoyo al obradorismo, aunque en los hechos no
realizan inversiones importantes y se mantienen recelosos de la política
presidencial. Una de las vertientes de esa resistencia cada vez menos
pasiva puede leerse en muchos medios de comunicación que van aumentando
su vertiente crítica al gobierno federal e incluso en sesiones
diplomáticas adversas a la política federal en materia de energéticos
como la que auspició la embajada estadunidense el viernes pasado, según
reportó la agencia Reuters. ¡Hasta mañana!
Twitter: @julioastilleroFacebook: Julio Astillero
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