miércoles, marzo 11, 2020

Sistema de salud, en reparación

De la Jornada
Astillero

El gobierno federal ha manejado con pinzas el tema del coronavirus y su expansión global, que inevitablemente va alcanzando a nuestro país. El Presidente de la República ha mantenido un discurso cuidadoso, que no promueva alarma, voluntarioso en cuanto a la expectativa de que el problema mundial no haga crisis en casa. Diariamente, por la noche, un subsecretario de Salud y funcionarios del ramo van dando un reporte centrado en la realidad asentada en actas formales, con apenas un puñado de casos comprobados de infección y una narrativa de eventual gradualismo aún no alcanzado pero sí previsible.
 
Como si México fuese una especie de isla en mares agitados, las noticias provenientes de diversas partes del orbe parecen lejanas, casi fantasmales. Regiones enteras de algunos países son sometidas a restricciones absolutas, actos masivos son tajantemente pospuestos o cancelados, congresos y políticos promueven la asignación de muy altos presupuestos para el combate a este mal creciente, líneas aéreas suspenden vuelos programados y medidas que en otros momentos serían tachadas de autoritarias son tomadas para confinar poblaciones, regular el abasto de mercancías y evitar contagios que especialistas serios consideran podrían ser desbordantes en cuantías que parecerían propias de películas o series de ciencia ficción.
A México le pilla el coronavirus en medio de un complicado proceso de reordenamiento del sistema de salud pública, tomado durante décadas como botín de los grupos en el poder político. La nueva administración pública federal no ha podido restablecer a plenitud la eficacia de ese sistema largamente dañado y saqueado. En la batalla contra la corrupción se ha caído también en el plano de las complicaciones serias en materia de abasto de medicamentos y equipo hospitalario. A mexicanos afectados de enfermedades complicadas y con riesgo de muerte no se les ha podido satisfacer a plenitud en estos meses de reacomodos de la llamada Cuarta Transformación.
Sería muy difícil considerar que ante la eventualidad de un desencadenamiento masivo del coronavirus en México se tuvieran las condiciones adecuadas para el tratamiento de un problema que requiere muchos recursos económicos, acondicionamientos hospitalarios, sobre todo en áreas de terapia intensiva, y una capacidad operativa que no se ha podido restablecer durante la mencionada batalla contra la corrupción.
El coronavirus, por lo demás, no es sólo un problema médico y social. Se está convirtiendo a toda velocidad en un grave problema económico mundial. La ruptura de las cadenas de producción y distribución a causa de la suspensión de labores en centros de trabajo con personas afectadas por el mencionado coronavirus está golpeando con severidad las expectativas económicas a corto y mediano plazos.
El proyecto general del presidente López Obrador está inevitablemente bajo esa amenaza. La reducción del precio mundial de venta del petróleo, la caída de bolsas de valores (a pesar de los repuntes circunstanciales) y mercados en general, y la elevación del valor cambiario del dólar frente al peso, son elementos que obligan a revisiones y replanteamientos que la Secretaría de Hacienda y el Congreso federal ya han incorporado a su agenda inmediata.
Al panorama general del coronavirus y la contracción económica ha de agregarse que los principales capitalistas del país mantienen una postura de aparente apoyo al obradorismo, aunque en los hechos no realizan inversiones importantes y se mantienen recelosos de la política presidencial. Una de las vertientes de esa resistencia cada vez menos pasiva puede leerse en muchos medios de comunicación que van aumentando su vertiente crítica al gobierno federal e incluso en sesiones diplomáticas adversas a la política federal en materia de energéticos como la que auspició la embajada estadunidense el viernes pasado, según reportó la agencia Reuters. ¡Hasta mañana!
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