De Zócalo Saltillo
Ricardo Rocha
Los primeros indicios apuntan a un pleito arreglado. Enrique Peña Nieto
lo que busca no es que el Estado recupere el control educativo, sino su
gobierno, su grupo. Por ello es que la presunta autonomía del Instituto
Nacional para la Evaluación de la Educación (el supuesto brazo ejecutor
contra el gordillismo) quedará en el regazo de Los Pinos, desde donde se
propondrá a los cinco miembros de la Junta de Gobierno para que el
Senado los apruebe por mayoría calificada (los partidos que garantizan
esa proporcionalidad ya están en la jugada, pactados) y de entre ellos
el propio EPN designe a quien presida tal órgano “autónomo”, con una
calendarización de designaciones con sentido de transexenalidad.
La profesora en jefe, mientras tanto, se mantiene agazapada, enviando a
algunos de sus casi anónimos personeros a hacer declaraciones de apoyo
genérico: sí se apoyarán los postulados de la reforma educativa peñista
en todo lo que coincida con los planteamientos hechos durante largos
años por el propio SNTE, dijo ayer Juan Díaz, quien según eso es
secretario general de ese sindicato y un día antes había estado perdido
entre los asientos del Museo de Antropología a la hora de los discursos
“guerreros” de Peña Nieto y del teatral Emilio Chuayfett.
Pero el supuesto gran reformador y la supuesta gran damnificada han
hablado largamente. Todo apalabrado. De entrada, el simulacro de combate
permitirá a Peña Nieto una legitimación de saliva, con un procesamiento
a mediano y largo plazo a cuyo final las cosas podrían quedar a
satisfacción de las partes concurrentes en este episodio de lucha libre
en el que no caerán máscaras ni se cortarán cabelleras. Y la profesora
podrá presumir también de legitimidad a prueba, cuando ya se haya
cumplido el ritual de la evaluación “autónoma”, el levantamiento de un
censo educativo y la instauración del servicio profesional de carrera.
En todo caso, las baterías reales están enderezadas hacia otros ámbitos:
el del sindicalismo contrario a los controles gordillistas y a Peña
Nieto. Ya el indicador Jesús Zambrano había apuntado hacia esos espacios
de disidencia en su sentido discurso reciente junto a Peña Nieto. En el
proyecto peñista-salinista de rediseño político nacional esos enclaves
magisteriales discordantes están en la mira y hacia ellos se dirigirá la
fuerza “del Estado”, tanto física como mediática, a fin de
“modernizarlos”. Esa guerra del Gobierno federal contra el profesorado
disidente en nada debilita a la cacica tolerada, sino todo lo contrario.
El nuevo reparto de cartas requiere, sin embargo, que la profesora
hegemónica ceda también parte de su excesiva acumulación de poder y
riqueza. Para eso están apuntados los tutores del nuevo poder federal,
los aliados de Televisa que mediante fundaciones a modo han combatido al
SNTE y a su jefa máxima, con declaraciones y con documentales De
panzazo. La República de Televisa requiere una porción del pastel
educativo, con Claudio X. González como “líder moral” del cambio (de
manos) que permitiría a la élite de la iniciativa privada entrarle de
lleno al negocio de la educación y privilegiar sus criterios.
Así que: ojo, mucho ojo. Es un espectáculo triple A: Lucha libre con
estridencia y gran simulación. El que supuestamente va como gladiador
técnico es Emilio Chuayfett, conocido como El Fantasma de Acteal, contra
la muy ruda Elba Esther Gordillo, en una pelea arreglada a seis años,
con reglas ya establecidas y rutinas de combate aparatoso pensadas
especialmente para el respetable público que ya estalla en exclamaciones
de júbilo ante el Quinazo de a mentiras que será transmitido por
Televisa a fin de llevarse una tajada convenencieramente moralista de la
taquilla política, luego de su inversión previa a través de un
documental de ablandamiento al gordillismo que ahora serviría para
cerrar tratos finales entre las tres partes involucradas. Todo esto,
amiguitos, corran y cuéntenlo a quien más confianza le tengan.
En otro cuento de temporada, ayer se dio profesional seguimiento al
guión general de restauración de los clásicos montajes priístas de
sesudas deliberaciones plenarias para ver si terminan eligiendo como
dirigentes a quienes ya habían sido designados por el Primer Dedo del
País y todo mundo lo sabía. Otro miembro del clan mexiquense ha sido
instalado como presidente del comité nacional priísta, luego de pasar el
duro trance de ser candidato único y de que los miembros del consejo
nacional del partido de tres colores tardaran algunos instantes de
indefinición en el sentido de su voto antes de darle el insospechado sí.
De esa manera ha quedado el exgobernador César Camacho como restaurador
de la afamada etapa del PRI-Gobierno, con la intrépida yucateca Ivonne
Ortega Pacheco como secretaria general. Uno es representante del más
depurado estilo Atlacomulco y la otra, a su vez, de la versión
peninsular que tuvo como emblema a su tío, Víctor Cervera Pacheco./
No está de más recordar que, en diciembre de un año atrás, Humberto
Moreira tuvo que renunciar a la presidencia del comité nacional priista
para no “contaminar” la campaña peñista con los señalamientos de la
enorme deuda pública que en Coahuila había contratado para hacer obra
pública (y electoral de corte nacional, según sus opositores) y con
acusaciones de triangulada corrupción. Aún cuando quedó como interina la
regiomontana Cristina Díaz Salazar, el antes mencionado Primer Dedo se
posó en el dúctil senador Pedro Joaquín Coldwell para encargarse del
PRI. Ahora que el exgobernador de Quintana Roo ha ocupado la secretaría
de energía (sin tener ni una pizca de experiencia sobre el tema), la
misma Cristina ha servido unos días nuevamente como interina (en ese
caracter tuvo minutos de acotada gloria al aparecer entre los firmantes
del Pacto por México, pero desplazada por Gustavo Madero y Jesús
Zambrano a los que Peña Nieto colocó siempre en lugares preferentes, con
la priista en segundo plano), para hacerse finalmente a un lado ante la
llegada de la dupla sustituta con la que el gobierno federal desea
transitar estos primeros años. ¡Hasta
mañana!
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