De La Jornada
Arnaldo Córdova
Al igual que otros, el
PAN es un partido en crisis, y no cabe decirlo por sus enfrentamientos
internos, que también todos los partidos los tienen, sino por su
funcionamiento político, intelectual e ideológico. Se trata de un
partido dividido, a veces irreconciliablemente, en corrientes que se
oponen con posiciones muy diversas entre sí, por una misma razón: el
modo como ejercieron el poder, apenas perdido, y el modo también como se
relacionan con la fuerza hegemónica, de nuevo, en la política mexicana,
el PRI...
La relación con el PRI siempre ha enfermado al PAN. Creo que eso se
debe más a lo mucho que tienden a parecerse, más que a aquello en lo que
se diferencian. El proceso de derechización del PRI, notable a partir
del sexenio de Miguel de la Madrid, tuvo un efecto tóxico sobre el PAN,
que no acertaba a explicarse por qué el PRI buscaba parecerse cada vez
más a él. Los panistas proclamaban irritadísimos que el PRI se iba
apoderando desvergonzadamente de sus más emblemáticas demandas políticas
y en ello sólo veía una auténtica labor de pillos que, para ellos, eso
era lo que habían sido siempre los priístas.
Muchos vieron en la derechización del PRI el efecto directo de lo que
ya desde los años setenta se había venido postulando como el agotamiento
del sistema político emanado de la Revolución Mexicana. Los priístas
estaban dejando de creer en los valores revolucionarios y, en
particular, en los principios de la política de masas y de la política
de desarrollo nacionalista basado en la economía mixta que hasta ese
entonces habían seguido desde el gobierno. De la Madrid habló del
Estado adiposoy empezó a deprimir los salarios y limitar el gasto en el campo y para los servicios sociales.
A los panistas les pareció que ello iba dirigido a adueñarse de su doctrina de
subsidiariedaddel Estado que expresaba la necesidad de que el Estado redujera su tamaño y se limitara a acompañar a la iniciativa privada, auxiliándola, en el desarrollo económico del país. De la Madrid y Salinas, que le siguió, de plano manifestaron su repudio de los principios revolucionarios y postularon un Estado sin aparato económico. A partir de entonces, comenzaron a rematar los bienes de la nación, entregándolos a los propietarios privados. Eso pasmó a los panistas, que fueron incapaces de explicárselo.
Todas las reformas constitucionales y legislativas que promovieron
los gobiernos priístas despertaron sus sospechas y no supieron responder
otra cosa sino que aquéllos se estaban adueñando de sus banderas. Como
muchos otros, fueron ciegos a las transformaciones que en el mundo
estaba llevando a cabo la revolución conservadora desde principios de
los años setenta y, en particular, la devastadora labor emprendida por
los gobiernos de Reagan en Estados Unidos y la Thatcher en Gran Bretaña.
Los priístas abandonaban los postulados de la Revolución y adoptaban
sin ambages los mecanismos puestos en acción por la derecha
internacional. Ello mismo y, también casi sin que lo entendieran los
panistas, llevó a Salinas a proponer la alianza histórica del PRI y del
PAN. Mientras los blanquiazules seguían refunfuñando que les
habían robado sus principios de doctrina, los priístas los llevaron
tranquilamente a la negociación. Eso causó una nueva ruptura en las
filas del PAN. Muchos panistas de antigua cepa causaron baja por el
acercamiento de su partido al PRI.
Nadie, entre los panistas, entendió este paso histórico como
lo hizo su dirigente Luis H. Álvarez. En sus editoriales del órgano
oficial del PAN, La Nación, cada semana desarrolló una doctrina
que buscaba explicar la nueva etapa que se abría al panismo: el PAN,
afirmaba, ha dejado de ser un partido de oposición para convertirse en
un partido gobernante. Álvarez no lo decía porque en 1989 su
partido había ganado la gubernatura de Baja California. Lo decía, y lo
dejaba muy en claro, porque, en su nueva relación con el PRI, el PAN
venía a adquirir otras responsabilidades y otros compromisos.
Panistas y priístas son, como todos los aliados, traidores sucios y
malignos cada vez que tienen oportunidad. Pero así es la política. Hay
que decir, empero, que en aquellos que son los temas básicos han sabido
ponerse de acuerdo. Nada hay, por ejemplo, que los separe, si no es para
saber quién es más radical, en lo tocante a las llamadas reformas
estructurales. Cuando los panistas estuvieron en el gobierno, siempre recibieron el apoyo de los priístas y éstos, a su vez, gozaron de cantidades colosales de recursos con los que sus gobernadores se hicieron fuertes. Sólo Madrazo fue capaz de ponerlos a temblar a todos.
Cuando el PRI llega de nuevo a la Presidencia de la República,
muestra que, para él, fue menos traumático de lo que se pensara haber
perdido el poder central en 2000. Sus gobernadores fueron un gran
elemento de remplazo de la autoridad presidencial que evitó la
disgregación de los priístas e, incluso, conjuró crisis internas
disolventes que maniataran al partido. El PRI se rehízo en los años
panistas y se puso en condiciones de competir con ventaja por la
reconquista de la Presidencia. Ahora tocaba al PAN.
Pudo verse, ente todo, que estaba menos equipado que su aliado para
soportar la pérdida del poder presidencial; además, perdió de muy mala
manera, con un tercer lugar que supo a la más ignominiosa catástrofe.
Llegó a las elecciones con el estigma de la división interna, en la que,
para empeorar las cosas, estuvo involucrado su presidente. La candidata
panista nunca tuvo el favor de Calderón y, al parecer, el verdadero
candidato del presidente era Cordero y no la Vázquez. La derrota fue
todavía más amarga por el hecho de haber quedado por debajo del
candidato presidencial de la izquierda.
Los choques internos del PAN se han sucedido sin interrupción. Para
muchos panistas, el verdadero culpable de la derrota fue Calderón, que
se abstuvo de apoyar a su candidata y apoyó de facto al abanderado priísta. Madero, el presidente del blanquiazul,
parece ser de esa opinión. Aparentemente, hay una pugna entre
partidarios y opositores de Calderón, los primeros, encabezados por el
hasta hace poco coordinador senatorial panista, Cordero, y, los
segundos, por el propio Madero. Por lo menos, esa parece ser la piedra
de toque de la división interna.
La remoción de Cordero de la coordinación de los senadores panistas
sería una primera liquidación de cuentas en favor de los propriístas.
Pronto veremos si este análisis resulta acertado. Lo que puede verse es
que al PAN lo siguen enfermando sus relaciones con el PRI.
A Arnoldo Martínez Verdugo, querido camarada y compañero.
A Martha con mi solidaridad.
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