lunes, diciembre 10, 2012

Contra la represión: evidencia


De Zócalo Saltillo
Plan B
Lydia Cacho

 Mientras veo los videos de la manifestación del 1 de diciembre, día en que el PRI volvió, me pregunto cuánta gente entenderá que este es sólo el principio de una larga carrera para normalizar el disenso y crear contrapesos sociales ante un partido que ha institucionalizado el aval de la corrupción y la impunidad. 

Generalizar sobre cómo se comportaron quienes se manifestaron el 1 de diciembre sería equivocarnos. Está claro que una gran mayoría se manifestó apasionadamente en paz, gritando lemas contra el PRI y su presidente ungido y leyeron el comunicado de #YoSoy132. 

Luego de ver 16 videos podemos asegurar que encontramos a 6 o 7% de manifestantes, casi todos hombres jóvenes con los rostros cubiertos y portando visores para evitar el daño del gas lacrimógeno (que denota experiencia en mítines de este tipo), quienes lanzaron bombas de gasolina hechas en casa. Otros, más ingenuos, cargaban palos que blandían frente a las vallas blindadas y los acorazados policías. De entre los miles de manifestantes un grupo de entre 10 a 12 personas también con los rostros cubiertos, vandalizó comercios y autos. Podríamos decir que la manifestación se divide en tres grupos. 

El primero sería la mayoría de personas que libremente demostraron estar en contra de un régimen y de quienes pretenden gobernarles. La historia les da la razón, el PRI llevó al país al precipicio de la inmoralidad política, justificó todo tipo de crímenes y ha protegido a políticos delincuentes. La evidencia a este respecto abunda, y sin decoro muchos de los más corruptos priístas tienen desde el 1D más poder ahora que vuelven a Los Pinos y al Congreso de la Unión. Lo que los manifestantes están diciendo es: aunque los políticos sean los mismos la ciudadanía es más fuerte, más rebelde y menos dócil. Eso hay que celebrarlo. 

El segundo grupo lo constituye la minoría de jóvenes que han acumulado tanta ira ante la reiterada violencia doméstica, social y de Estado que, combinada con el mal manejo de sus emociones, frustraciones personales, creencias políticas y sentimientos de impotencia ante hechos que consideran imposibles de cambiar, eligieron ir preparados para atacar, a sabiendas de que lo único que lograrían sería desahogarse personalmente y dar argumentos gráficos para un embate represor que generaría caos y una gran dosis de violencia policiaca. Los policías armados con escudos, pistolas de balas de goma, gas lacrimógeno y toletes que pueden partir huesos. Impulsados por su propia adrenalina e ira, atacaron a manifestantes sin importar quién agredía y quién no. Entre los manifestantes se encontraban policías vestidos de civiles, una técnica tradicionalmente utilizada por los regímenes dictatoriales para colaborar en el choque y permitir a la autoridad tener testigos oficiales. 

El tercer grupo, el más pequeño según la propia video-evidencia de las autoridades y de la ciudadanía, lo conforman quienes vandalizaron negocios, y que claramente cometieron delitos inexcusables. Algunos, según ha declarado el GDF, recibieron pagos para provocar el caos. Habrán de demostrarlo y transparentar los hechos. Afortunadamente 56 de las 69 personas detenidas fueron liberadas gracias a videos que demuestran su inocencia. 

Conocemos los hábitos de muchos medios para justificar todo acto de violencia de Estado por absurdo que sea, porque su papel es servir como megáfonos de la retórica gubernamental que paga por crear un discurso social. Así envía un claro mensaje: someterse o aliarse al poder es bueno, rebelarse y promover el disenso es un acto proterrorista. Felipe Calderón jugó un papel muy importante en fortalecer esa unificación de criterios mediáticos, muy similar a la que dispuso en su momento Luis Echeverría. 

Tenemos que recordar que las prioridades de los periodistas de las élites no representan las de la sociedad. Para restar poder al discurso reduccionista de esas élites es preciso promover nuevos discursos, rebelarse con indignación estratégica. Transformar este hecho de represión, en que colaboraron infiltrados del PRI con las policías federal y capitalina, en una oportunidad para crear estrategias que nos permitan seguir fortaleciendo el contrapeso que resultará indispensable en el próximo sexenio, para que la sumisión no gane la batalla, que a fin de cuentas es lo que desean quienes se consideran amos de México y quienes llevan sus propias agendas de destrucción. 

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