Carmen Aristegui
Efervescencia y expectativa se registran hoy en día dentro de la clase
política, empresas y concesionarios de nuestro país. Ante la inminencia
de una reforma constitucional en materia de telecomunicaciones y
radiodifusión que se discute dentro de un círculo cerrado, es que las
conjeturas sobre el contenido y alcance de lo que cocinan los que del
cónclave participan están a la orden del día.
Legisladores y concesionarios afirman no saber de qué trata, porque el
terreno de negociación y de definiciones ha quedado en el espacio de
actuación del llamado Pacto por México: básicamente la Presidencia, los
líderes del PAN y el PRD y un puñado de conocedores que redactan la ley
en su parte final.
Versiones periodísticas señalan que faltan acuerdos sobre el llamado
órgano regulador y de competencia. Hay quien espera definiciones sobre
los llamados must offer y must carry.
Preguntas obligadas sobre qué traerá la reforma sobre el tránsito del
apagón analógico a la era digital. El tema suena para iniciados, pero
los demás mortales no podemos estar ajenos a lo que se decida. Una
sociedad ausente, indiferente o distraída en nada ayudaría frente a lo
que decidan en la cúpula y las élites políticas.
Los expertos, con vena didáctica cuando hablan de la digitalización,
dicen que lo que hoy pasa por un conducto se puede multiplicar por
cuatro, cinco o más veces según el grado de definición, precisamente,
gracias a la digitalización. Es decir que por donde hoy pasa un canal,
mañana pasarán cuatro, cinco o más. Imaginemos un tubo por el que hoy
solo pasa una sola cosa, con las nuevas tecnologías pasarán por ahí
muchas cosas más. ¿Qué van a hacer los que ponen las reglas del juego?
¿Van a dejar que los que hoy dominan prácticamente todas las
telecomunicaciones y la radiodifusión, con el brinco tecnológico
digital, no solo mantengan su dominio sino que lo vean agigantado? ¿La
reforma que viene contempla dejarles solo una, dos o todas las nuevas
frecuencias digitales? En un solo canal digital cabrían los contenidos,
por ejemplo, de los canales 2, 4, 5, 9 que hoy existen. ¿Es eso
suficiente para Televisa?
¿Conviene a México dejarle una sola frecuencia digital a cada una de las
grandes televisoras o será mejor dejarles dos? o ¿quienes hacen la
reforma serán capaces de dejarles todo?
Frank La Rue, relator para la libertad de expresión de la ONU, acaba de
decir que de la digitalización no se habla en México, ni en América
Latina, porque no se quiere que se hable de ello. Sometidos a las
grandes presiones los gobiernos y los Congresos de los países van
resolviendo, a su manera, el tránsito inevitable hacia la digitalización
y la multiplicación de señales. Los desafíos son enormes. O se condena a
los países a la irremediable captura de sus Estados y autoridades o se
logra dar un giro copernicano por la democratización.
Del mismo modo que sucedió con la negociación y la redacción del Pacto
por México –prácticamente los mismos actores–, quienes impulsan la
reforma en telecomunicaciones y radiodifusión pretenden que aquellos que
–entonces y ahora– se sintieron excluidos y dolidos por no haber sido
partícipes en el origen, finalmente, se sumen y voten. A menos que
prospere el intento descarrilador que, al parecer, pretende el senador
Javier Lozano con una iniciativa de madruguete que presentó justo ayer,
en la víspera de lo otro.
Si lo que se dice de la reforma empata con lo que pusieron en el texto
del Pacto, sobre que el Estado debe “someter a los poderes fácticos”, no
sería de extrañar la reticencia y reacción de los aludidos. El
hermetismo que mantienen los negociadores y redactores sobre el
contenido hace suponer que temen una filtración que desate una andanada
para descarrilarla.
El cónclave no ha dejado pasar prácticamente a nadie. Baste ver el
encontronazo que narra la prensa entre los panistas Madero, quien está
en la mesa, y Cordero, el calderonista, que no fue de los convidados
pero que tendrá –si no se enoja demasiado y no hace de comparsa a
Lozano– su espacio en el Congreso.
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